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Crónica de un viaje cultural: la experiencia del programa ERASMUS+ (Parte I)


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María Fernanda Olagaray

Una tarde recibí un llamado donde me avisaban de un programa que se presentaría en Armstrong. No precisaron mayores detalles, pero aparentemente era algo que incluía viajar  y tener contacto con la cultura, lo que me resultó atractivo. Habría una reunión informativa en la Municipalidad.

Días después ya estaba sentada en el salón Delmo Daró, esperando saber más al respecto. Al frente había varios europeos, esperando a comenzar. Por lo que alcancé a escuchar, la mayoría eran italianos. A esta altura ya sabía que también estarían presentes embajadores de Grecia y de España.

Traté de adivinar: una de las mujeres debía ser italiana, pero sabía hablar muy bien en castellano aunque con acento español (porque en Europa lo aprenden así). Otra seguramente era griega.

Comenzó la presentación, se realizaron los protocolos correspondientes. Allí supe que la supuesta italiana no hablaba bien el español sino que era española. Se llamaba Esther y vestía impecablemente, aún para mis ojos que de moda no entienden nada. La  supuesta griega, por su parte, sí era una italiana hispanoparlante. Se llamaba Simona y tenía un vestido negro que hubiese sido muy sobrio de no ser por unas zapatillitas que en idioma no verbal decían “soy seria, pero copada”. O al menos eso entendí yo. Los verdaderos griegos habían tenido que retirarse más temprano para abordar su vuelo de regreso.

¿Y el proyecto? Era algo así como una capacitación sobre patrimonio cultural y natural, en Europa, con todo o casi todo pago. Se habló de una movilidad a Italia y otra a Grecia, donde acudirían las mismas personas. Luego, habría una tercera movilidad, a España, donde concurriría otro grupo diferente, con dos integrantes del anterior. Para tener acceso, era requisito fundamental hablar el inglés. Además, había que redactar una carta y presentarla con un currículum y un formulario de aplicación. Finalmente, resultar seleccionado.

Salí de ahí con el entusiasmo adelante (repasando mis puntos fuertes), y la prudencia detrás, amordazándolo: “No sabés si te van a elegir, seguramente serán muchos los postulantes, no te ilusiones mucho…”

Llamé a mis personas más cercanas para contarles. Una de ellas indagó con la lógica que va por fuera del encandilamiento:

– ¿A qué van?

– A… ¡a hacer algo relacionado a la promoción del patrimonio cultural y natural!

– Bueno, sí, pero ¿QUÉ?

Y la verdad es que no lo sabía concretamente. “Hacer algo relacionado con la promoción del patrimonio cultural y natural” podía ser mi mantra y caballito de batalla, pero no convencía del todo a nadie, ni a mí misma. No era muy distinto que decir “coso”.

Amigos de mis amigos seguían preguntando: “¿Pero qué es? ¿A qué van?”

Pensé en cómo nuestra mirada eurocéntrica va por inercia más rápido que el instinto de supervivencia: si una propuesta igual de imprecisa hubiese venido de Bolivia o de Paraguay, inmediatamente se hubiesen encendido todas las alarmas: “trata de persona”, “narcotráfico/mula”, “despertar en una bañera con hielo y sin los riñones”. Sin embargo, siendo el emisor la Unión Europea, no había por qué desconfiar (¿o sí?).

Prejuicio: 1 – Razón: 0.

No era lógico pensar que la gente de la Municipalidad se expondría a avalar un proyecto que no fuese serio, ¿pero y si a ellos también los habían engañado? Tampoco era esperable que un grupo de personas viniera a presentar un programa a cara lavada si eran delincuentes. Sin embargo, más tarde supe que yo no era la única con todos estos reparos, así como también pude comprobar que no había nada que temer. Ocurre que por estas latitudes no estamos tan familiarizados con el otorgamiento de (tales) becas y como dice el refrán, “cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía”.

La Unión Europea cuenta para invertir, solo en becas, con un presupuesto quizás mayor que el nuestro anual para sostener la educación de todo el país. Erasmus+ es uno de los tantos programas vigentes. Su nombre es un acrónimo que se descompone en “European Region Action Scheme for the Mobility of University Students” (Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios) y en el viejo continente es una práctica bastante habitual.

En este caso, fueron cinco “partners” los que se asociaron:

Cosvitec, de Nápoles (Italia): es una institución de consultoría y análisis con proyección internacional. Posee laboratorios de investigación en ciencias naturales y sociales; brinda capacitaciones de diversa índole; organiza charlas y eventos públicos y asesora en materia empresarial, entre otras cosas.

4 elements, de Atenas (Grecia): es una organización no gubernamental que se enfoca en educación, prevención, información, estudio y desarrollo de programas relacionados a grupos vulnerables, tales como refugiados, mujeres en situación de violencia, política social, etc.

Magenta, de Gijón (España): es una consultora especializada en asuntos de género y políticas de mediación social e intercultural. También brinda servicios de formación tanto presencial como online y participa de diversos proyectos europeos.

Provincia di Salerno (Italia) y Municipalidad de Armstrong (Argentina): son dos entidades de la administración pública, la primera a nivel departamental (la provincia italiana es como el departamento argentino) y la segunda obviamente a nivel municipal.

Los becarios seríamos de cada uno de esos puntos geográficos y recibiríamos educación no formal en gestión empresarial y técnicas creativas de promoción del patrimonio, al tiempo que conoceríamos de manera directa parte de la cultura de los países anfitriones, en un marco de intercambio humano con los diversos integrantes del grupo internacional.

Si hoy estoy escribiendo esta crónica, es porque quedé entre los seleccionados y tuve la posibilidad de viajar, así que los invito a seguir leyendo acerca de esta maravillosa experiencia en la próxima entrega de esta serie de crónicas de viaje, la próxima semana. ¡Gracias por leer!

 

– María Fernanda Olagaray – 

 

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