Convirtió una experiencia dolorosa en un camino de sanación interior y crecimiento personal. Gabriela Arias Uriburu habla en su último libro, Al encuentro del corazón, sobre los recursos que la sostuvieron hasta hoy, y sobre cómo los vínculos afectivos pueden hundirnos o elevarnos.
Hay una escena que Gabriela Arias Uriburu —la mujer a la que el ex marido le llevó sus tres hijos— relata en todos sus libros. «En diciembre de 1998 tuve el primer encuentro con mis hijos en Jordania, luego de estar un año sin verlos. Me llevaron en un automóvil hasta una casa alejada en la ciudad, ingresé en ella y había muchos hombres que parecían formar una barrera; no sabía que más allá de ellos estaban mis hijos. Guiada por un impulso me arrodillé y ese murallón de hombres fue corriéndose hacia los costados. Al primero que vi fue a Sharif. Lo vi, lo miré intensamente y con la mirada entré hasta su alma como él entró en la mía. De inmediato corrió a mi encuentro gritando: «Mamá, Mamá». Lo primero que hice fue verlo, luego mirarlo, y profundizar con el corazón, sin emitir una sola palabra. Fue el amor el que logró algo muy grande y poderoso. Su mirar, y mi mirar nos llevaron directamente al alma, a los vínculos».
En su último trabajo escrito, Al encuentro del corazón, Gabriela completa aquel texto diciendo: «Invito a todos a observar al otro, a mirarlo, y descubrirán que están viendo una inmensidad». En este libro, justamente, ahonda en la intensidad de los afectos y analiza los «ciclos vitales de los vínculos».
La semana pasada habló con Más. En esa charla, como en cada uno de los encuentros que la tienen como protagonista, se refirió al valor de las relaciones humanas.
Autorizada desde la vivencia personal por cómo logró sobrellevar el inmenso dolor de no compartir la vida cotidiana con sus hijos —con los que nunca más volvió a estar diariamente bajo el mismo techo— «utilizó» esa experiencia para demostrarse, y demostrar que «los amores» no se construyen de una sola manera, y que en general «equivocamos» los caminos para llegar a los encuentros verdaderos.
— Es imposible no pensar en la intensidad de lo que te sucedió en la vida en relación a tu ex pareja, a tus hijos…
—La intensidad es algo muy interesante a tomar, pero teniendo en cuenta que a la acción no hay que ponerla tanto en los otros como en nosotros. Siempre estamos esperando algo, buscando algo, echando culpas. «Lo que me pasa me pasa por algo que sucede más afuera que adentro». Y sobre eso me interesa que reflexionemos. Todo el desarrollo de la historia de mis hijos me permitió pensar en esto. Por ejemplo, nunca deposité en un juez la autoridad de poder o no ver a mis hijos. Para entrar a Jordania busqué al Estado, a los que verdaderamente podían ayudarme. Me puse en acción, en conjunto con otros, pero siempre desde un accionar propio.
—Sin dudas hubo mucho movimiento personal en aquellos años. Y te seguís movilizando porque escribís, das conferencias, dictás clases de yoga, hacés un gran trabajo como presidenta de Found Child (una organización que se ocupa en el mundo de visibilizar a los niños con problemáticas familiares), y sin embargo se te ve siempre muy serena. ¿Cómo se lleva la acción con el «estar en eje»?
— Ufff, es cierto… Básicamente recurro a herramientas. Muchas con las que me he encontrado en los últimos años de mi vida. Uno de los recursos a los que apelo es a la respiración. Justamente ahora me estuve entrenando con una maestro de la India. El nos decía que una respiración profunda y aquietada logra que la mente se enfoque entre el espacio que existe entre una cosa y la otra, y que en ese espacio residen la felicidad y la paz.
—Esas herramientas —muchas aparecen mencionadas en el libro— ¿fueron llegando a vos o las buscaste?
— La primera en acercarme a ellas fue mi hermana Marcela, que empezó a recurrir a un médico de la India. En ese tiempo yo no dormía de noche, y no quería medicación. Pensaba que si no dormía de algún modo me evitaba la distancia con mis hijos. Y era en la distancia, qué paradoja, donde yo debía volver a encontrarme. Así empecé a transitar por la medicina no occidental, por la holística y fueron llegando a mi vida personas maravillosas. Dentro de la furia, el dolor, la enajenación y la oscuridad me encontré con estas herramientas y descubrí que iba en camino de mi propio equilibrio, mi propia vitalidad. El año pasado comencé a trabajar con los sonidos de los cuencos. Fue un año clave desde la muerte de mi padre (N de R: una persona sumamente importante para Gabriela y que fue central en la posibilidad del reencuentro con sus hijos). Lógicamente todo mi ser estaba en un profundo movimiento. Pero si lo pienso, a mí la vida nunca me detuvo, la vida me pidió siempre más y más. Es que la historia que me invocó hizo que me cayera una espada de Damocles que me obligó a hacer una labor personal para no morir. A desarrollar un camino, un trabajo continuo incluso por la responsabilidad que la historia de mis hijos proyecta en otros…
—¿Descansás ahora?
—Duermo, si… Pero siempre estoy en labor. Soy la misma por fuera y por dentro. Los movimientos que hago y que son visibles son los que se están dando en mi interior.
—Fuiste atravesando con tus hijos las distintas etapas de su vida, aún en la distancia. Ahora son todos jóvenes. Pero te toca, en este momento, un contexto muy especial para ser madre de musulmanes…
—Claro, antes era otra la resonancia. Yo les digo a ellos que son jóvenes multiculturales, y que son ellos los que nos tienen que enseñar qué significa eso en un mundo que se está relacionando de otras maneras y donde está esa mixtura de tramas. Creo que todos los jóvenes son ciudadanos del mundo, que ya conforman todas las culturas. Eso nos lleva conformar una unidad, dentro de las diferencias…
—Pero la grieta mundial es a la vez mayor…
—La grieta, claro. Ahí es necesario unir los caminos. A los niños los reúne la infancia, y por eso mi compromiso…
—Volviendo a todo lo que experimentás para sentirte mejor, para crecer interiormente… ¿nunca hiciste terapia, psicoanálisis?
— Hice terapia que no fue psicoanalítica. Y con el perdón de los profesionales yo no podría haber llegado nunca adonde llegué acudiendo a ese recurso. Creo que cansada de la cabeza descubrí que necesitaba un trabajo más «del sentir»… Todo lo que me sucedió me ordenó sentir, me llevó a profundidades, a desatar cosas muy de adentro. Las herramientas con las que me quedé (probé muchas)me ayudaron, y me ayudan en eso de sentir. El yoga también, porque lleva a las cuevas particulares, ahí donde todo está prendido fuego… a lo que se siente en el cuerpo, en las rodillas, porque vamos caminando por la vida con lo que no se dijo, lo que no se reflexionó… todo pesa en el cuerpo y hasta desencadena enfermedades. Ojo que yo no digo lo que hay que hacer; sólo comparto mi experiencia personal y le recuerdo a la gente que se puede, que estás preparado para ir en busca de tu poder, de tu fuerza, de tus habilidades y tus talentos, y que en las profundidades encontrás …
—Pero no es fácil el camino del autoconocimiento…
—Si es fácil. Es simple. Lo que pasa es que la mente siempre te va a «tirar» cualquier cosa. ¡Y el ego! Una característica de la personalidad que siempre va a intentar separar… por eso uno tiene que conocer su dinámica, y para eso hay que entrenar el cuerpo y la mente. Si lo lográs, la vida se convierte en magia. La vida es magia.
—¿Está en vos naturalmente esto de transmitir a otros tus experiencias? ¿O sentís que te toca hacerlo por lo particular de lo vivido?
— Mirá, cuando era adolescente trabajaba en las villas, iba a los hospitales como colaboradora. Estar cerca de los otros no me era ajeno, yo siempre tenía una necesidad muy grande de encontrarme ayudando al otro. Y se me abre con la historia de mis hijos… A los 17 años mi sueño era trabajar con los Wichis. Y de hecho, ahora voy a El Impenetrable. De algún modo volvés.
—Pasaron casi 20 años del día en el que tu ex marido se llevó a los chicos a Jordania sin tu permiso… ¿qué ves cuando mirás hacia atrás, cuando te mirás?
— Fui domando muchas cosas, pero cada día estoy más entera. Más madura…
—¿Y al miedo también lo domaste?
— El miedo es una energía muy interesante, la que te permite el movimiento. No hay que sacarse los miedos sino tomarlos. En momentos en los que he tenido que tomar mucha fuerza lo hice desde ese origen, desde el «voy a poder frente a estos miedos». Y esa sensación disipa el temor. El miedo es poder, es posibilidad. Con respecto a los chicos tengo preocupaciones, como toda madre, pero no es miedo lo que siento, son preocupaciones que no implican sufrimiento.
—Solés decir que en el viaje de la vida hay que ir con poco equipaje…
— Para caminar la vida hay que ir con poco, si. Ese equipaje además va cambiando según los ciclos que vamos viviendo. Yo digo que lleves lo fundamental, no hay más lugar … si es que querés avanzar.
—En este último libro hablás mucho sobre el amor y las relaciones de pareja…
— Empezó a escribirse hace dos años cuando hice el taller de Mujeres que corren con los lobos, y leí el cuento de la Mujer esqueleto, texto que recomiendo por la simbología tan clara que hace de la pareja. Eso me hizo bucear mucho en qué me trae el encuentro con el otro, plantearme qué es el amor. Me parece que la pareja trae como excusa el encuentro con uno mismo, con lo no resuelto, aspectos que uno tiene muy tapados. De algún modo, para llegar al amor hay que poder abrazar a la muerte. Porque en ese desnudarse frente al otro, con el otro, está lo bello y lo maléfico que tenemos todos los seres humanos. La pareja va muriendo muchas veces, se muere el enamoramiento, se caen las ilusiones, pero es entonces cuando me encuentro con el otro en una profundidad mucho más grande… De esos ciclos hablo en este libro.
—¿Cómo está hoy tu corazón?
—Bien, estoy muy bien. Pero para poner a todos en el corazón se necesita transitar mucho. Hoy entiendo como nunca que muchas cosas que depositaba en otros dependen de mí. Todo depende de mi propio vínculo con la vida. Y la vida me dio otra oportunidad, que he tomado. Por primera vez siento que estoy parada sobre mis propios pies.
El amor es más fuerte
En la foto se ve a una familia en un momento feliz. No miente. Fue el año pasado, en Suiza, durante la graduación de Karim (24), el hijo mayor de Gabriela Arias Uriburu. También estuvieron Zahira (22) y Sharif (19), y su ex marido. «Jamás interpuse mi dolor. Nunca me fui de ellos», dice. «Soy su madre, es simple. Para ellos estoy al día… ¿Vivir juntos? No, ya no es tiempo para que vivan con los padres», reflexiona Gabriela.