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Peleas que se filman y son virales: cómo intervenir frente al conflicto.


Especialistas reflexionan sobre los hechos de violencia que involucran a adolescentes y cómo abordarlos en las aulas.

En Rosario una alumna agrede a otra en plena calle. En Firmat una nena de 12 años denuncia que fue golpeada por una compañera en una plaza. En Capitán Bermúdez dos alumnos se pelean en el baño de la escuela mientras otros ríen y gritan. En una vereda de esa misma localidad dos chicas se trenzan de los pelos. En Río Cuarto (Córdoba) hay una gresca a la salida de un boliche. En Corrientes, chicos se atacan a golpes en el baño de un colegio religioso, mientras otros hacen apuestas por dinero. Todos estos hechos que ocurrieron en las últimas semanas y que involucraron a jóvenes y adolescentes tienen un denominador común: quedaron registrados en videos que luego se viralizaron por las redes sociales. Peleas filmadas que ganaron rápidamente los portales y canales de noticias.

No es la primera vez que ocurren este tipo de episodios, pero esta vez llamó la atención la difusión en tan poco tiempo de casos similares, que generaron preocupación en las escuelas y la intervención de las autoridades educativas. Consultados por La Capital, especialistas que trabajan estos temas con niños, adolescentes y docentes reflexionan sobre este fenómeno, lo enmarcan en un contexto general de violencia que atraviesa a la sociedad y dan algunas pistas de cómo abordarlo tanto en las escuelas como en los hogares.

“Se trata, entre otras cuestiones, de cumplir y responder a mandatos culturales de la figura del más fuerte y de la construcción de un rival que es difícil de romper”, reflexiona Natalia Palma, psicóloga e integrante de los equipos socioeducativos de la Regional Vl del Ministerio de Educación provincial. “Además —agrega— transitamos cada vez con mayor fuerza una fragilidad en los vínculos sociales que se manifiestan en acciones de violencia para ser aprobadas en sus espacios de pertenencia”. Es decir, que implican una forma más de vincularse y relacionarse con sus pares: viralizar en redes sociales o replicar en grupos de WhatsApp situaciones de burlas, cargadas o expresiones hostiles “hasta que algún adulto le pone un corte, o un compañero o compañera marca que eso no está bueno y da un aviso”.

Marcela Czarny, presidenta de la ONG Chicos.net, sostiene que este tipo de hechos —viralizar peleas, agresiones o bromas pesadas— más que estar vinculado al hábitat digital de las y los adolescentes, “tiene que ver con lo que sucede en la sociedad en sí: la naturalización de hechos que contienen violencia, la no empatía por el otro, la exaltación de la imagen y la sociedad de consumo”.

“Lo que pasa en las redes, el modo en que la sociedad se apropia de ellas y las usa tiene que ver con los imperativos y valores que la constituyen”, apunta Czarny, y agrega que “estas posibilidades del ecosistema digital actual vienen «como anillo al dedo» a una sociedad con esas lógicas”. Para la titular de la organización que trabaja en la promoción de los derechos de la niñez en entornos digitales, recién después llega la reflexión de cómo las redes y dispositivos ayudan a viralizar la información, o cómo el poder escudarse en el anonimato que permiten las apps del celular hace más fáciles las agresiones.

“La pandemia evidentemente está dejando secuelas que todavía no sabemos su dimensión, pero en la escuela los docentes te dicen que los pibes han vuelto más violentos, que los chiquitos se pegan y resuelven todo a las piñas”, comenta Arístides Álvarez, presidente de la ONG “Si nos reímos nos reímos todxs”.

Al igual que Czarny, dice que lo que se evidencia en estos casos, “es reflejo de una sociedad que se ha vuelto más violenta y que ha sufrido mucho la pandemia”. Respecto del fenómeno de filmar con el celular estas peleas entre compañeras y compañeros, el docente y referente de la ONG local señala que “no toman conciencia de lo grave que es hacer esto”. En una reciente charla con estudiantes de Córdoba —a raíz de un hecho de estas características— una nena le contestó que “le divertía” ver esos videos donde se pelean sus compañeros. Por eso les propuso pensar qué reflejarían los zócalos de los canales porteños ante una noticia de este tipo: si los nombres de los chicos involucrados o el de la localidad en donde sucede. Ahí tomaron conciencia que al viralizarse estos casos también quedan afectadas las familias, las escuelas y la ciudad o pueblo donde viven.

Sobre la pandemia, Palma cuenta que este contexto puso a los equipos que trabajaban en los territorios a revisar las formas en las que venían operando. E invita a contextualizar y a entender que los jóvenes sufrieron también la perdida de sus espacios de referencia —si los había—, la pérdida de la intimidad y la necesidad de recuperar los hábitos y rutinas.

La psicóloga hace foco también en el tratamiento y difusión de estos casos por parte de los medios masivos de comunicación. Invita a que sean cuidadosos y recuerda que la ley de protección integral de los derechos de niñas, niños y adolescentes es clara al respecto. Y reflexiona: “Hay que preguntarse para qué se muestran estas peleas y con qué fin, porque sino caemos en la figura de la cosificación, de la peligrosidad (de los adolescentes) y después es la sociedad la que empieza a pedir la baja en la edad de punibilidad”.

El mundo adulto.
Ante este tipo de situaciones, los especialistas reflexionan también sobre el rol que pueden y deben cumplir tanto las familias como los distintos actores de las escuelas, tanto docentes como directivos, preceptores y hasta los centros de estudiantes.

“Frente a la pregunta de qué pueden hacer las familias y las escuelas cuando ocurren estas situaciones creemos conveniente preguntarnos con qué cultura y en qué legalidades vamos a educar”, dice la psicóloga Natalia Palma. Un interrogante que, entiende, tiene que ver con generar condiciones de cuidados, trabajar para generar un porvenir y ofrecer espacios donde se tenga en cuenta al semejante. Además, propone construir entramados de los vínculos comunitarios “desde la ternura como una acción ética y política, que permita habitar la esperanza y el futuro”, y entramados con otros —entre pares y entre adultos—, apuestas intergeneracionales y asimetrías. Y explica: “Hay que diferenciar bien a niños, niñas y adolescentes, y a la figura del adulto. Porque a veces sucede que el adulto se enoja más que los chicos y las chicas ante estas situaciones”.

Sobre los recursos con los que cuentan las escuelas, la integrante de los equipos socioeducativos menciona la ley Nº 26.892 de convivencia escolar (para prevenir casos de violencia), y la Nº 26.150 de educación sexual integral (ESI), “por la no patologización ni medicalización, y por el cuidado del cuerpo propio y el respeto del otro”. La ESI es “una ley nacional que aún en la provincia de Santa Fe no se ha sancionado”, recuerda. Otra mirada que aporta Palma es la necesidad de deconstruir la figura de víctima y victimario: “Cuando suceden estas situaciones entre pares es importante no culpabilizar, sino tomar la figura de la responsabilidad”.

En cuanto al papel de las instituciones educativas, sostiene que construir la figura de un adulto referente es fundamental, para que ante cualquier episodio de violencia pueda generar “disponibilidad y hospitalidad” para esos chicos implicados. Organizar jornadas donde chicos y grandes se involucren y construir proyectos que incluyan a los jóvenes con un rol activo en la resolución de conflictos son también claves de abordaje que apunta la psicóloga. Ante la aparición de estos casos, los equipos socioeducativos —explica— tienen dos niveles de intervención: el institucional con las escuelas y el sociofamiliar. En la Regional VI son 44 los profesionales de distintas disciplinas que integran los equipos socioeducativos.

“A los docentes siempre les digo que se tienen que involucrar, así la pelea sea en la plaza, dentro de la escuela o en la puerta del boliche”, opina Arístides Álvarez. Por eso invita a “no mirar para otro lado” y que usen las redes sociales para poder detectar y prevenir la concreción de estos enfrentamientos. Cita el caso de preceptores que suelen estar atentos a los posteos y que eso les permitió desactivar conflictos a tiempo. También hace hincapié en la necesidad de aceitar los canales de diálogo dentro de las escuelas: “Muchos espacios aún no se retomaron por la pandemia, y hay escuelas donde no se eligieron los centros de estudiantes, que son otro canal de diálogo importante”. La semana pasada, La Capital dio cuenta de cómo el centro de estudiantes de la Técnica Nº 656 viene desarrollando jornadas y actividades para mejorar la convivencia escolar.

Para Marcela Czarny, como primer paso tanto las familias como las escuelas tienen que desnaturalizar todo hecho de violencia, y desarrollar sensibilidad y empatía por lo que le sucede al otro. Preguntándose, por ejemplo, qué hago yo como testigo de un hecho de violencia o cuando recibo un video de peleas.

Junto con este trabajo, que la especialista entiende que es el más profundo porque implica cuestionar los valores que nos rodean, sugiere educar para tener ciudadanos digitales más críticos y responsables. Esto es, “analizar cómo funcionan las redes, qué hacen los algoritmos por nosotros, cuánto tiempo estamos y para qué en internet, y opinar tanto en la mesa familiar como en el aula”.

Fuente: Matías Loja (para La Capital)