Nuestro mundo es un planeta de inmensa complejidad y confusos interrogantes. La devoción de la humanidad por la ciencia y la religión revela nuestro profundo deseo de comprender todo.
La ciencia y la fe han revelado otros reinos que normalmente nuestros sentidos físicos no pueden observar. Ambas han puesto al descubierto universos que no sabíamos que existían. Desde las cosas más pequeñas hasta las más grandes, el conocimiento que hemos acumulado ha producido información y sabiduría que han amansado parcialmente el universo físico y nos han liberado en cierta forma de las cadenas de la materialidad.
“Experimentarán por ustedes mismos la verdad, y la verdad los hará libres”. La declaración que Jesús hizo hace más de dos mil años, es el impulso que lleva adelante la teología que enseñó. También resulta ser el sostén de todo proyecto científico. Revelar la verdad fundamental es el incentivo en el empeño religioso y científico. El discernimiento así obtenido alienta la libertad de expresar dominio sobre las incertidumbres de la vida.
La vida de Jesús estaba divinamente inspirada. Su servicio a Dios, su amor por la humanidad, y el hecho de apoyarse inexorablemente en la sabiduría infinita a la que se refería como “mi Padre”, es obvia y está registrada en las Escrituras para todos los siglos.
La vida de Jesús era al mismo tiempo profundamente científica. ¿Cómo es esto? Él investigaba profundamente la realidad, iba más allá de los obvios objetos de las necesidades físicas, y hacia la creatividad de la Mente o Dios. “Jesús de Nazaret fue el hombre más científico que jamás pisó la tierra”, escribió Mary Baker Eddy. “Se sumergía bajo la superficie material de las cosas y encontraba la causa espiritual”.
Millones de seguidores hoy en día conocen a Jesús como el Salvador, y el impulso de declarar la verdad absoluta y expresar amor que lo motivaba, era la base de su obra sanadora. Él respaldaba sus palabras con pruebas. Ya fuera impactando la vida de alguien mediante la curación de una enfermedad física o mental, o cambiando el rumbo de miles de personas al proporcionar sustento donde no había comida disponible, las obras de Jesús fueron la evidencia de su profunda comprensión de la realidad y sus fundamentales elementos espirituales.
Y era el conocimiento de estos elementos lo que le permitían sustanciar constantemente la teología que profesaba. En lugar de hacer la mera exhibición de una fuerza misteriosa e inexplicable, las curaciones registradas de Jesús ofrecían una perspectiva creíble y constante de una dimensión fuera del punto de vista de lo físico, que se puede conocer.
Igualmente importante, es que aquellos que comienzan a comprender y a seguir sus enseñanzas, pueden realizar esas mismas demostraciones de curación. «De cierto, de cierto, os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre», confirmó Jesús. A continuación, él enseñó a sus estudiantes la eficacia sanadora de lo que llegó a conocerse como cristianismo. Y ellos a su vez enseñaron a otros. Y si bien el elemento sanador del cristianismo estuvo grandemente inactivo durante muchos siglos, finalmente fue restablecido en el siglo XIX con el descubrimiento de la Ciencia Cristiana.
Jesús encontró la manera de explicar sus preceptos de forma que todos pudieran obtener cierto nivel de entendimiento. Parábolas, analogías, cuestionamientos, repeticiones y lecciones objetivas, eran algunos de los muchos medios que él usaba para inculcar conocimiento. Y aunque no ofrecía ningún método que usara fórmulas para dar a entender su comprensión de la realidad, sí dio a conocer claramente las reglas básicas para promover el progreso en sus estudiantes y aumentar su curiosidad conceptual.
El Sermón que Jesús impartió en el Monte es un buen ejemplo. En este amado sermón reveló a sus oyentes los conceptos más profundos de Dios y la realidad, ofreció formas audaces de pensar fuera de las normas aceptadas, y estableció nuevos patrones de conducta que promovían salud y unidad. Anunció: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. “Vosotros sois la luz del mundo”. Tan pronto terminó de compartir con ellos sus pensamientos, sanó a un hombre leproso.
Más de dos mil años después, he usado la instrucción de Jesús para sanar sarpullidos, heridas, dolores de cabeza, resfriados y otras enfermedades, además de estrés y depresión. También han mejorado problemas de negocios, asuntos financieros y relaciones. Las explicaciones de Jesús acerca de la realidad espiritual y las subsecuentes pruebas en el mundo físico, son verdaderas hoy en día.
Si bien Jesús estaba sumamente interesado en la naturaleza y las relaciones de la existencia, no debemos olvidar que él podía hacer que la humanidad centrara su atención, la mía incluida, en la conexión que existe entre la experiencia humana y los conceptos espirituales, eternos e infinitos que él enseñaba. Su mensaje no era retórica teológica, sino vislumbres prácticas de los asuntos apremiantes de la época.
Jesús comprendía que muchos de esos asuntos se debían a los efectos de sentirse desconectados de Dios, los unos de los otros, e incluso de nosotros mismos. Estos sentimientos entonces se manifestaban en desconfianza, falta de respeto y odio. Como medida preventiva, él ofreció lo que llamó los dos grandes mandamientos: amar a Dios y amar a tu prójimo como a ti mismo. Aunque para algunos estos pueden parecer sencillos y apartados de los empeños científicos, los efectos de seguir estas reglas fundamentales han cambiado el rumbo de la humanidad.
¿Por qué el amor? Porque el amor en sus términos más amplios centra nuestro rumbo en el hecho de incluir a todos, de considerar que todo individuo es importante, que no es simplemente uno entre millones de millones, sino uno en integridad, unicidad y originalidad. El amor es la chispa que ayuda a definir nuestro propósito. “El Amor inspira, ilumina, designa y va adelante en el camino”, escribe Eddy. “Los motivos correctos dan alas al pensamiento, y fuerza y libertad a la palabra y a la acción”.
Esos momentos tan especiales de inspiración e intuición espirituales, junto con el conocimiento adquirido mediante el estudio y la práctica —en una palabra, la ciencia— nos permiten salir de los confines de la ignorancia, hacia la infinita corriente de sabiduría divina, que no puede permanecer oculta para aquellos que buscan respuestas a las preguntas grandes y pequeñas de la vida diaria.
Steven Salt es blogger que cubre el nexo de la ciencia, la espiritualidad y la salud. Es Maestro y Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana.
Artículo publicado originalmente en Cleveland Plain Dealer, @clevelanddotcom