Resulta interesante conocer “la leyenda del punto negro”, a través de la experiencia de un profesor, al tomar a sus alumnos una prueba no anunciada. Les entregó una hoja de papel a cada uno con la parte frontal hacia abajo, y recién cuando les dio la orden voltearon la hoja y se sorprendieron al ver que sólo había en el centro un punto negro; acto seguido, el profesor les pidió que escribieran respecto a lo que veían.
Cuando terminaron, el profesor recogió todas las hojas y las leyó una a una en voz alta, resulta que todos habían escrito con relación al punto negro. Luego, el profesor dijo que no lo evaluaría como un examen, pero sí como una lección de vida. Es así, como muchas veces centramos nuestra atención en los puntos negros y no aprovechamos los múltiples motivos que tenemos para reconocer y estar satisfechos, esto bien puede representar la parte blanca de la hoja.
Ese ejemplo me hace acordar cuántos puntos negros había en mi propia vida. Tenía la tendencia a mirar lo que “no había o no tenía”, sin reparar todo lo bueno que me rodeaba y lo que había sembrado y cosechado.
Tenía amigos que me contenían, una familia amorosa, un empleo próspero, vivienda, había recomenzado a estudiar y culminé dichos estudios, pero no obstante, insistía en que todavía me faltaba encontrar al compañero de la vida.
¿Alguna vez te sentiste solo y que no eras necesario para nadie? Así me sentía yo.
Muchas veces creemos que todo lo que viene a nuestra experiencia tiene que ser palpable y visible para poder convencernos que estamos ubicados en tiempo y espacio.
Oraba con dedicación y humildad, reconociendo que alguien estaba necesitándome y buscándome; no sabía de dónde él vendría o cómo lo conocería, pero esa idea persistía en mis oraciones.
Por cierto que no oraba pidiendo a Dios un compañero, sino que oraba para entender que ya estaba unida y vinculada con el bien, cumpliéndose un plan de acuerdo a la voluntad divina.
También me pareció en aquel momento, que debía cultivar un sentido más profundo de hogar y familia.
¿Cuáles eran las cualidades que yo misma debía desarrollar?
Unidad y compañerismo con colegas, con mi familia, generando así renovación e innovación, y poco a poco fui viendo la necesidad de un cambio.
¿Dónde? En mi dormitorio de soltera. Saltó a la vista que por años había dejado los mismos elementos, la misma ubicación de los muebles, registrándose un ambiente monótono y sin brillo.
Manos a la obra: renové todo, desde el color de las paredes, cortinas, cubrecama, artefactos de iluminación, etc.
Me sentí feliz, rodeándome de belleza y diseño, de buen gusto y color.
Pero por encima de todo, mi vínculo con Dios era cada vez más visible.
Eran cualidades que habían aflorado y que estaban dentro de mi consciencia para ser expresadas.
En aquel momento, cuando estuve tan feliz con el cambio, llegó otro cambio inesperado.
Fui invitada a asistir a una reunión de jóvenes Científicos Cristianos, en Gramado (Brasil), durante una semana.
Y ahí estaba el secreto que por algunos años había quedado sin respuesta.
Conocí a un joven que no vivía en mi país de residencia. Él en Argentina y yo en Uruguay. ¿Qué pasaría a partir de ese momento?
En aquella época no contábamos con Internet, ni llamadas directas, sino con operadora y con demoras de hasta tres horas; el correo postal era lo más práctico.
Y así fue que comenzamos a conectarnos por correspondencia. Tuve que vencer la ansiedad que me provocaba la distancia, no poder verlo, pero comprendí, gracias a las ideas que iban surgiendo a través de la oración, que la distancia no era ningún obstáculo. Cuando sabemos que el Amor divino está siempre presente, eso nos mantiene unidos con pensamientos que coinciden en el bien y tienen un mismo objetivo.
Me inspiró un mensaje del libro Ciencia y Salud: “…el espacio no es obstáculo para la Mente. … La Mente inmortal sana lo que el ojo no ha visto, pero la capacidad espiritual de comprender el pensamiento y sanar mediante el poder de la Verdad se gana sólo en la medida en que el hombre se encuentra, no justificándose a sí mismo, sino reflejando la naturaleza divina”.
Al cabo de nueve meses habiéndonos reencontrado sólo dos veces, en esa segunda oportunidad me propuso matrimonio, lo que además estaba incluido su traslado a mi país, la documentación necesaria para radicarse y su empleo en pocos días de haberse establecido. Años más tarde nos radicamos en Argentina.
38 años de matrimonio nos regaló dos maravillosos hijos que hoy también son padres; además nos han enseñado que “un punto negro de una hoja en blanco” nunca es capaz de distraernos para impedir que la cosecha de la vida pueda ser abundante, enseñándonos a convivir en armonía, compartir y comprender al otro.
La espiritualidad y el cambio de pensamiento son fundamentales para alcanzar las metas y propósitos más acariciados en tu experiencia.
¡Compruébalo!