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Crónica de un viaje cultural: la experiencia del programa ERASMUS+ (Parte II)

“El camino conocido se va quedando atrás, para seguir amando la vida”
– Celeste Carballo –

 
María Fernanda Olagaray

Otra tarde, recibí un mensaje por Whatsapp: “Fer, cuando puedas revisá tu casilla de mail” decía (o algo así): había quedado seleccionada para realizar la primera movilidad del programa Youth Successors de Erasmus+. Tardé en reaccionar. Fueron unos minutos de pausa seria para permitirle a mi cuerpo absorber el impacto de tamaña bomba. Y entonces, la explosión de alegría.

Lo más valioso de un viaje es el encuentro con un otro. El primero fue entre los diez que quedamos seleccionados: ocho de Armstrong, dos de Cañada de Gómez. Siete mujeres, tres varones. Entre 19 y 35 años. Romper el hielo, entre tímidos y verborrágicos al principio. Algunos con más experiencia en viajes y otros con intuición pragmática, tratamos de resolver grupalmente algunas cuestiones preliminares: compra de pasajes, contratación de seguro al viajero, cuánto dinero llevar, etc.

Al poco tiempo, ya estaba armando la valija: ropa, elementos de higiene personal, cámaras, expectativas, idealizaciones, vértigos y entusiasmo. Y al minuto siguiente, me encontraba en Roma. Caminamos por la noche desde Termini (la “Retiro” romana) hasta el Coliseo y de allí a la Fontana di Trevi, al Pantheon y a la Piazza Navona, donde nos reencontramos con el Río de La Plata esculpido por  Bernini.

Al día siguiente tomábamos un tren hacia Nápoles (más específicamente Portici, una pequeña ciudad vecina como un Funes a Rosario, pero con más habitantes). Nos alojamos en el Fabric Hostel donde conocimos a las delegaciones griega y española, compuestas cada una por cinco integrantes. Creo que esa misma noche ya sabíamos putear en griego y los griegos en argento. Es como recrear un poco la niñez, ese contacto a través de un lenguaje muy primario: el saludo, algún vocablo de buenos modales como “gracias” y las “malas” palabras, seguida de la risa pícara y pueril. Tal vez porque así se comienza a descubrir ese otro proveniente de un mundo nuevo para nosotros, tal como la criatura que se familiariza con un entorno desconocido a medida que crece.

Llegado nuestro primer lunes en Europa comenzamos con la capacitación, con Simona Puddu (Cosvitec) a la cabeza. Ese día se sumó la delegación italiana: diez más. La actividad inicial fue de conocimiento. Trazamos rápidamente un perfil de grupo: éramos 30 personas, de entre 19 y 50 años. 13 varones, 17 mujeres. Los argentinos éramos quienes habíamos viajado desde más lejos. Entre los participantes había personas sin experiencia alguna de este tipo, así como quienes tenían acumulados ya ocho viajes similares.

Lo siguiente fue trabajar el concepto de patrimonio;  diferenciar lo natural de lo cultural, lo tangible de lo intangible y conocer el rol de la UNESCO.

Simona desplegó muchísimas fotos sobre el suelo. Algunas nos hacían guiños: un gaucho, una pareja bailando tango. Otras llamaban nuestra atención, como la de una persona sirviendo sidra con la botella en la mano desde un brazo estirado a lo alto, hacia la copa en la otra mano, con el brazo estirado en la dirección opuesta. Cada imagen pertenecía a alguno de los cuatro países presentes. Luego, cada uno tendría que levantar una y explicarla. Todos los argentinos quisimos alzarnos con la del mate, quizás porque es nuestro gran amigo en común. Vigente, compañero, simbólico. Más adelante les convidaríamos a los europeos. Generalmente le daban un sorbo y lo devolvían. Al explicarles que debían tomarlo hasta el final, agradecían gentilmente, pero no. Sus paladares no están acostumbrados al sabor y me atrevo a agregar que sus estómagos no están habituados a chupar de la misma bombilla que un montón de extraños. Para los italianos, tal vez para los griegos también, es el café quien encarna la simbología de la compañía.

Desde el martes en adelante las capacitaciones se llevaron a cabo en las instalaciones de Cosvitec, en el área industrial de Nápoles. Todas las mañanas tomábamos el tren. Conocimos a representantes de dos emprendimientos culturales: Napulitanata (una sala donde se puede ir a tomar algo y escuchar música napolitana en vivo) y Vascitour (paseos guiados alternativos). Nos explicaron cómo surgió la idea en cada caso, cómo lograron que una propuesta cultural resultara económicamente rentable. Días después pudimos vivenciar aquello de lo que nos hablaron. Fuimos a escuchar música napolitana, nos dimos cuenta de que había temas que conocíamos, como “O sole mío”. Bailamos, cantamos, acompañamos con palmas. Caminamos por calles y callejuelas. Visitamos la biblioteca Annalisa Durante, fundada por el papá de una joven víctima de un enfrentamiento entre bandos de la Camorra y pensada para alejar a la juventud de la criminalidad, comimos sfogliatella, vimos los pesebres de San Gregorio Armenio, le tocamos la nariz a Pulcinella y entramos al duomo de Nápoles, donde se oculta la (supuesta) sangre de San Genaro.

Paralelamente y con un enfoque bursátil, íbamos trabajando en grupos interculturales, nuestros propios proyectos para la difusión de cultura: tours en bici por lugares tradicionales; comedores con platos típicos de Argentina, Italia, Grecia y España; tiendas de suministro de productos característicos (como yerba o dulce de leche para los argentinos radicados en el exterior), etc.

Sin embargo, lo rico de la vivencia es que el aprendizaje no se limita a las horas de capacitación y a las actividades propuestas por Erasmus+ sino que es un sumergirse las 24 hs en una experiencia intercultural permanente a través del contacto interpersonal, la consulta de un mapa, el perderse y volverse a encontrar, visitar el Museo Arqueológico y querer gritar “WWWWWOOOOOOWWWWWWW” ante la muestra egipcia, comer pasta hasta el cansancio, caminar hasta que las ampollas sangren.

Encontrarnos en las diferencias, reconocernos más similares de lo que creíamos y desearles esta posibilidad a todas las personas del mundo.

Los espero por aquí la próxima semana, con otro capítulo de esta hermosa odisea.

 

– María Fernanda Olagaray –

 

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