“El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define a la ambición como el deseo de obtener poder, riquezas o fama. El término procede del latín ambitĭo y puede utilizarse de manera positiva o con sentido negativo. La ambición se considera como saludable, cuando promueve la acción y el desarrollo de proyectos. El sujeto ambicioso, por lo tanto, desea mejorar, crecer o progresar. La ambición funciona en estos casos como un motor que invita a abandonar el conformismo y la mediocridad”.
¿Cómo medir el progreso emparentándolo con la ambición?
Es natural que cada uno pueda aspirar al progreso sin que esto le resulte conflictivo, o que lo lleve a un terreno donde el materialismo y el sentido de codicia puedan confundirlo.
Detectar a tiempo este inconveniente es beneficioso tanto para la mente como para el cuerpo.
Ser ambicioso es tener aspiraciones y esto no está nada mal. Ser mejor cada día; no mejor que nadie, sino mejor a sí mismo.
No dejarse estar por la comodidad, sino ganar por la perseverancia, esfuerzo y dedicación.
La codicia, en contraste, hace mención al deseo de una persona de conseguir lo que quiere, generalmente en el campo material, sin importarle si con su accionar puede dañar a otras personas.
La pensadora y metafísica cristiana del Siglo XIX, Mary Baker Eddy, fue realmente ambiciosa, porque no solo trabajó para sí misma sino con sus acciones y pensamientos ayudó y por sus obras sigue ayudando a todos aquellos que quieran salir de situaciones tales como la enfermedad, la tristeza, el desengaño y la soledad. Y le demandó gran dedicación para lograrlo.
Podemos preguntarnos si el cristianismo, tal como lo presentó Jesús, puede ser aplicado en una era científica.
Aún ante los progresos ambiciosos contemporáneos realizados en el campo de la física, la bioquímica y la psicoterapia, estimulando a los hombres a explorar con mayor intensidad la relación que existe entre la materia y la mente, la experiencia práctica de aquellos que aplican la Ciencia Cristiana, muestra una buena calidad de vida. Esto lo he comprobado en mi propia experiencia.
Destaco, que a medida que presto menos atención a la salud corporal, y más a los efectos del estado mental, el cuerpo responde más rápidamente al orden y armonía que es normal en el ser creado espiritualmente.
De ahí que comprendemos la misión de Jesús, confirmando que los milagros de la antigüedad no son considerados como tales, sino que son evidencias del poder divino. Es un hecho natural que el hombre sea la imagen y semejanza de Dios, que es totalmente bueno y la fuente de la salud. Es posible probarlo en la actualidad, en mejores condiciones físicas y mentales.
Puedes tener pensamientos ambiciosos para salir de situaciones que te angustian, puedes tener aspiraciones que no solo te favorezcan, sino también ayudar a que los demás lo experimenten.
Desarrollar tus proyectos y tus metas siempre y cuando no perjudiquen al resto, medir el progreso en proporción a tu felicidad interior, es alentador.
Esto te posibilita elevarte con tus alas de oro, al identificarte como hijo de Dios. Éstas no se quemarán si reconoces que no es tuyo el poder, sino de Él.
Jesús lo manifestó en estas palabras: “No puedo yo hacer nada por mí mismo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”.
A través del poder divino traducido en buenas obras, logras también alcanzar metas y la riqueza incalculable de ser libre y feliz.
No pierdas la oportunidad de demostrar esa sana ambición.
Elizabeth integra el Comité de Publicación, en Argentina, y escribe reflexiones desde su perspectiva como profesional de la Ciencia Cristiana. Síguela en Twitter: @elisantangelo1 – Facebook: Elizabeth Santangelo de Gastaldi