La naturaleza ha demostrado siempre modelos de camuflaje y protección. Un ejemplo de esto es el camello africano que puede cerrar la nariz para protegerse de los fuertes vientos de arena. Los caracoles, tortugas y otros por su parte pueden ocultarse y encontrar amparo en su caparazón.
Esto me hizo reflexionar en la capacidad natural para protegerse de algo adverso.
Hay circunstancias en las que uno se puede ver envuelto y en las que sería de gran beneficio contar con un caparazón. Recuerdo en la época escolar haber subido un cerro y al descender decidí caminar y cortar camino para llegar a mi casa, por no andar con dinero para tomar locomoción.
Se hizo de noche y en el trayecto me encontré con que estaban construyendo unas casas, no había luz eléctrica y de repente divisé a tres trabajadores que venían caminando. Por un momento me asusté y pensé en la necesidad de refugiarme.
Como físicamente no tenía adonde ir, continué mi paso unido al pensamiento de que estaba bajo la custodia del Amor divino. Al pasar entremedio de esos hombres, me dijeron con un tono intimidante: “Estás solita?, la acompañamos?” Por mi parte, marcando el paso firme y fuerte con mi bastón de trekking les respondí: “No estoy sola”. Ellos continuaron su camino, repitiendo al menos una vez la respuesta que yo les había dado. Por mi parte, no vacilé en seguir mi camino hasta llegar de manera segura a mi hogar.
Esta experiencia me hace pensar en la importancia de proteger el pensamiento en situaciones en las cuales pareciera no haber escapatoria. La información que a veces se recibe de los medios de comunicación acerca de los síntomas de alguna enfermedad, epidemias u otros, son una amenaza que al igual que ciertos animales, uno debiera refugiarse desde un comienzo.
Tal fue el caso de Margot Ruck, de Alemania, cuyo marido contrajo enterohemorragia por E.Coli (EHEC) en un momento en que la epidemia cobró varias vidas. En el caso de ellos, vieron la necesidad de calmar el temor, tratar de borrar la imagen mental que tenían acerca de esa enfermedad, por lo que recurrieron a reconocer la existencia de una ley naturalmente divina, en la que todo ser viviente tiene su refugio. Esto unido a estar más conscientes de la presencia del Amor protector que siempre ampara, los llevó a ver la reversión de esa condición en él al recobrar su salud.
Cuando se induce a creer que por los síntomas uno puede contraer la temida enfermedad, como lo fue el caso de Sam Londe, quien en 1974 falleció por haber creído en el diagnóstico de cáncer al esófago, siendo que a la semana siguiente en la autopsia confirmaron que su esófago estaba en buenas condiciones, creo imprescindible seguir el ejemplo que nos enseña la naturaleza: protegernos y cultivar pensamientos internos tan fuertes que impidan la entrada a cualquier tipo de amenaza.
Mary Baker Eddy, fundadora del periódico The Christian Science Monitor, afirma en uno de sus escritos: “Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestíos con ellos estáis completamente protegidos contra los ataques de toda clase de error. Y no sólo vosotros estáis a salvo, sino que todos aquellos en quienes reposan vuestros pensamientos también son por ello beneficiados.”
Refugiarnos en la Mente divina, la inteligencia suprema y creadora de leyes infalibles que sostienen no solo al universo sino a cada uno de nosotros es una herramienta a la cual se puede recurrir en todo momento, que resguarda y libera de cualquier tipo de intimidación.
Claudia Honorato integra el Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana para Chile
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