La soledad así como la compañía son estados subjetivos; se puede estar en presencia de una multitud y sentir la más fría soledad, o bien estar solos y sentirse acompañado y feliz.
En esa soledad podemos descubrir algo trascendente para nuestra vida y hasta ser testigos de alguna revelación. Ese silencioso lenguaje de ideas claras no conduce nunca a la tristeza o a la falta de inspiración sino al terreno propicio para la oración.
Allí nos descalzamos del bullicio y reclamo de los sentidos para encontrar la unidad con lo divino y elevado.
Pero ¿qué decir cuando esa soledad nos habla de “ausencias”, de un vacío y desánimo, difícil de superar?
Alfredo Ruiz, Psicólogo y Psicoterapeuta de la ciudad de Santiago, Chile, comenta que “los problemas de soledad se tratan en el mismo contexto en que se analiza la depresión.
La experiencia de los psicólogos con personas solitarias, sugiere que la mayoría de éstas no parecen ser significativamente más exigentes que otras personas, y que sin embargo tienen amistades que serían insatisfactorias para la mayoría de la gente.
Los pacientes crónicamente solos a menudo revelan muchos síntomas de depresión, como inactividad, pérdida de energía y pérdida de placer en actividades que para la mayoría resultan agradables. Se sienten aislados, diferentes a los demás; se quejan de que nadie los entiende; que a nadie le importan”.
Este estado mental puede afectar la salud y el entorno de la persona, porque impacta al mismo individuo y además al grupo familiar y de amigos que la rodea.
¿Cómo encontrar una respuesta ante este enemigo latente?
La persona que siente soledad está buscando que la compañía se instale en su vida, no siente que tiene que aportar nada por sí misma. Tal vez lo espera de una pareja, de un posible amigo, de un familiar.
La capacidad para abrirse a los demás, escuchar atentamente a quién tiene delante, sentir que otros están dispuestos a ayudar, son los primeros pasos.
En pocas palabras, un cambio de conducta hace que uno no piense más en la soledad y comience a entender que es tanto o más importante acompañar que ser acompañado.
Los primeros líderes cristianos lo comprendieron de manera práctica al saber que “es mejor DAR que recibir”.
¿Por qué? Porque la capacidad de “dar” evidencia que estamos abastecidos y completos, que tenemos valores para compartir, y eso es la verdadera compañía que nunca nos deja solos ni vacíos.
Empezar el día agradecidos por lo que ya tenemos, poder decir a alguien “te quiero” y “gracias”, “saludar sonriente a los demás” y estar dispuestos a “perdonar alguna ofensa”, es demostrar que estamos bien y que no nos falta nada. Esta clase de riqueza nos hace sentir acompañados y en paz en cualquier época del año aún en las fiestas tradicionales como la Navidad y el Año Nuevo.
Esta es la presencia más valorable. Combatir el aislamiento o insatisfacción está al alcance de cada uno, ahora mismo.
No temas ser rechazado, no temas expresar tus sentimientos hacia los demás.
Da, sin esperar recibir nada a cambio.
Lo que compartas con el entorno vuelve a tu vida inevitablemente. Es un boomerang, capaz de vencer esa extraña “soledad” que te “acompañó” quizás, por tanto tiempo.
Es bueno recordar que para compartir se necesitan por lo menos dos.
Elizabeth integra el Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana en Argentina. Contacto: Argentina@compub.org