El socialista exorcizó la siempre dolorosa salida del poder haciendo lo que más le gustaba: el contacto directo con los santafesinos.
«De todo lo que hice desde 2015, no me arrepiento de nada». De ese modo, Miguel Lifschitz se despedía de la Casa Gris a fines de 2019, durante la última entrevista concedida a La Capital como gobernador de Santa Fe. Pocos meses antes, el Frente Progresista (FPCyS) había recibido una durísima cachetada electoral que redundó en el regreso del justicialismo al mando de la provincia después de doce años.
Fiel a su estilo, el socialista buscó exorcizar la salida del poder -siempre compleja para los políticos- con un prudencial silencio inicial, pero ya decidido a erigir el Frente Progresista como un sólido bloque opositor, sustentado por la mayoría en la Cámara baja (que quedó bajo su dirección) y la preponderancia de la coalición en las ciudades más importantes de la provincia.
Pero Lifschitz, entonado por haberse levantado del sillón del Brigadier López con un alto índice de imagen positiva, retomó la rutina desplegada durante sus años al frente de la Municipalidad de Rosario y, posteriormente, de la Gobernación: el contacto directo con la gente.
Entonces, pisó el acelerador y encaró rutas y autopistas en plan de gira silenciosa por la bota santafesina. El objetivo: mantener unificada a la tropa frentista en una fase poselectoral que, en otros casos, desembocó en un desbande dirigencial.
En ese contexto, el socialista emprendió un largo e intenso periplo por ciudades y localidades de toda la provincia, solamente interrumpido por una labor parlamentaria complejizada por la pandemia de Covid-19. La abultada agenda lo mantuvo ocupado de lunes a viernes, e incluso muchos fines de semana, visitando intendentes y dirigentes territoriales.
“Entraba al auto y al toque arrancábamos. A los pocos minutos, Miguel ya estaba dormido sentado, con la mano derecha aferrada a la pequeña manija que está sobre la puerta. Apenas llegábamos a destino, activaba. Y no paraba hasta el regreso, a la tardecita o noche”, confesó hace poco un allegado al ex gobernador acerca de la vertiginosa jornada laboral, que arrancaba entre las 6 y las 7.
Fue en esas primeras recorridas que Lifschitz comenzó a deslizar a determinados socios políticos que encabezaría la lista de senadores nacionales por el espacio progresista.
En paralelo, marcó la cancha a los aliados frentistas que propiciaron un acuerdo con Juntos por el Cambio (JxC), al igual que los propios que apostaron a un acercamiento al kirchnerismo. Dar pelea política por afuera de la grieta fue la premisa a seguir, mientras crecía el convencimiento de que una cosa serían las elecciones a senador con Lifschitz candidato y otra sin su presencia en la grilla.
Sin pausa. Esa fue la impronta de un hombre capaz de perseguir el objetivo de visitar la totalidad de ciudades y pueblos de la provincia durante cuatro años y, al mismo tiempo, mirar al interlocutor de turno y decirle: “No te vayas de Santa Fe sin probar una milanesa de Surubí”.
Por Javier Felcaro