Consejos farmacéuticos y naturales para prevenir picaduras ante la invasión de estos bichos.
«La sal no sala y el azúcar no endulza…», dice Charly García en su canción. Y por estos días, tras una tarde al aire libre bien podría agregarse: «y el repelente no repele»…a los jejenes. Quien estuvo en el río, haya jugado un partido de fútbol o merodeado por una plaza podrá dar testimonio de ello con las «mordeduras» que le dejaron estos bichos y bichas del demonio en la piel.
Y a no tomarlo en broma, porque este insecto de entre 2 y 5 mm, alas anchas y patas cortas y gruesas, cuando es hembra se alimenta con sangre. Lo hace preferiblemente al amanecer y al anochecer, y puede llevar consigo bacterias de otros lugares donde se han posado, como comida en mal estado o animales muertos.
Así que es conveniente limpiar la picadura con algún antiséptico. Y prevenir su ataque, porque si bien no es vector de enfermedades, pica «feo» y con los sopapos no alcanza.
Uno de los primeros problemas que presentan los jejenes es la palabra misma. «¿Con «g» o con «j», se escribe? nada muy importante cuando se trata de espantarlos.
También se puede llamar a estos insectos que los científicos denominaron simulium chaquese en sus denominaciones populares: «barigüí», «paquitas», «simúlido», «mosca de arena» o «mosca negra».
La profesora de kayack Carmen «Colo» Molina Nicastro trabaja hace siete años en su escuela de Granadero Baigorria. Y «bien ducha» en transitar por el Paraná y las islas da un consejo práctico.
«La mejor protección es la física: una remera de manga larga y una calza de lycra que se pueda mojar, eso protege de los jejenes y también del sol. Además si la ropa se moja mantiene el cuerpo más fresco que si se está con la piel expuesta a los rayos ultravioletas». Si lo sabrán las kollas de la puna argentina o los tuaregs en el desierto del Sahara.
Para Molina Nicasto «es cierto» que los jejenes prácticamente no se espantan con «el Off en aerosol». Dice que es mejor usar la versión en crema.
«Pero claro, para la actividad física cuando hace mucho calor no es recomendable», agregó.
La picadura del jején produce un corte en la piel doloroso, casi una mordedura que es fácil de infectar al rascarse. Podría decirse que su comportamiento es similar al de un mosquito durante la temporada estival, pero hay zonas donde es incontrolable, y más al ser resistente a los repelentes químicos normalmente utilizados.
Silvia I., otra «militante» del río recomendó usar la planta de citronela para mantener a los jejenes a raya.
«Hay que diluir unas 10 gotas de aceite de citronela en 30 ml de algún aceite vegetal, como oliva o almendras». Mezcla «fundamental», ya que si se aplica directamente sobre la piel podría irritarla.
Y Patricia M., una deportista de la primera hora, dio esta receta casi como una boticaria: «Espadol diluido con agua». Según ella, hay que «poner en un rociador una tapita de cloroxilenol (Espadol) y el resto de agua», y santo remedio.
Para Alfredo Z., un pescador habitual del parque Sunchales, sirve como ungüento poner en un litro de agua, medio frasco de champú o aceite para bebés y 30 clavos de olor.
«Hay que calentar eso y colarlo. No reseca la piel y después hay que colocarlo en los pies, manos y rostro».
Ahora, eso sí, cuando las picaduras ya son un hecho, hay que desinflamar.
C. una médica que este martes de luna llena remó junto a 30 personas más, que salieron hacia el puente Rosario-Victoria desde La Florida con tablas de paddle surf, recomendó: «Lávense con agua y jabón y pónganse Caladryl (difenhidramina)».
Mientras las versiones más naturales recomiendan aplicar una compresa de hielo durante 10 minutos para reducir la inflamación y la comezón o una mezcla de bicarbonato de sodio y agua o vinagre de manzana. O como dice el dicho popular: «Agua y ajo (a jorobarse)».
Control larvario
El jején, tras varias inundaciones (no es este año el caso) llegó desde el norte argentino y colonizó toda la cuenca del Río Salado, a lo largo de casi setecientos kilómetros.
«Ahora está crecido el insecto, el pico de su desarrollo es cuando sube la temperatura y la humedad en primavera y avanzado el verano: hay que atacarlo como al mosquito en su estado larvario, pero eso no es fácil de hacer en el río, habría que saber donde está la cría y llegar con los productos de rociado aéreo, que no es lo mismo que ‘fumigación’, eso se hace con humo», explicó el responsable de Control de Vectores del municipio, Carlos Tasinato, a este diario.
El profesional dice que mientras el mosquito se desarrolla mejor en aguas estancadas (lagunas, charcos, piletas), el jején lo hace en aguas que corren y preferiblemente cristalinas. Por eso quienes hacen deportes náuticos se los encuentran en el río: allí estos insectos están a sus anchas como en un residencial VIP.
«Si el jején llega a los parques es por el viento», señaló Tasinato quien además marcó una buena; «al menos no es vector de ninguna enfermedad, en esta zona, ya que en otros países sí es un gran problema».
Las hembras parecen ser las «malas de la película». Depositan los huevos -entre 100 a 500- e incuban de 4 a 30 días dependiendo de la temperatura ambiental. Es común, encontrar grandes masas de sus huevos ya que las hembras se juntan y comparten una misma área para oviponer.
Ambos sexos se alimentan de néctar floral o savia de los vegetales. Sin embargo, las hembras de algunas especies, son además hematófagas (se alimentan también de sangre de vertebrados, aves, mamíferos y humanos). Esta dieta les provee las proteínas requeridas para la fertilidad de los huevos. Por eso pican en el campo también y al ganado y a sus trabajadores.
Al igual que la kayakista, Tasinato recomienda cubrir el cuerpo, pero agrega que «los olores fuertes y la sudoración , invitan al jején a picar: por eso se ensañan con los pies y es preferible caminar con medias limpias».
Se le preguntó si los perfumes y los desodorantes los atraen. «No lo sé con certeza, pero sí los colores oscuros», dijo Tasinato, antes de recomendar que para adentro del hogar siempre es bueno «colocar mosquiteros» para proteger a las criaturas principalmente y a toda la familia.
Por Laura Vilche