Qué alegría fue verte participar en tu primera Sagrada Comunión. Todo lo relacionado con la celebración —la música, las oraciones, el alegre cura, tú con tu bonito vestido blanco— todo ello hizo que fuera un día verdaderamente memorable.
Me recuerda a cuando te vi la noche que naciste, yendo a la mayoría de tus ocho fiestas de cumpleaños y apareciendo en un puñado de tus partidos de fútbol y actuaciones del colegio. Pero, por alguna razón, verte caminar por el pasillo de la iglesia de St. Robert destaca como el momento más especial de todos. Quizá tenga algo que ver con que esta era la primera vez desde que te bautizaron que tú y yo participábamos como miembros cristianos en una ceremonia sagrada de este tipo.
Aunque nunca había asistido a una ceremonia como esta antes, la comunión es algo que yo celebro cada día, aunque no de la misma manera. Como tú, quizás, veo la comunión como una especie de promesa que hago de hacer todo lo posible por ser tan bueno, tan generoso, tan amoroso como Jesús, solo que sin el pan ni el vino.
Me he dado cuenta de que ser amorosa es algo que a ti te sale de forma natural. El apóstol Juan dijo una vez: “Nosotros le amamos a él, porque él [Dios] nos amó primero” (1 Juan 4:19). Esto quiere decir que tu capacidad para amar y sentir amor viene directamente de tu divino Padre-Madre, que no puede serte arrebatada y que nunca se agotará.
Una de las cosas favoritas que me recuerda esto es una canción que a menudo canto en la iglesia. Se llama “Himno de Comunión”, escrito por Mary Baker Eddy. La primera estrofa dice así:
¿A Cristo viste? ¿Su voz oíste?
¿Sientes del Verbo el poder?
La Verdad nos libertó,
y la hallamos tú y yo
en la vida y amor del Señor.*
Cada vez que canto esto pienso en todas las veces que la “Verdad” que la vida de Jesús ejemplificó me ha librado a mí o a alguien que conozco de alguna situación difícil. En realidad recuerdo una vez, cuando yo tenía más o menos tu edad, que pude sentir realmente esta Verdad (que es otro nombre para Dios, y que yo aprendí en la Escuela Dominical) acudiendo a rescatarme.
Algunos amigos y yo estábamos paseando en nuestras bicis. Al pasar por una intersección con mucho tráfico, un coche me golpeó. Aunque no tuve heridas serias, sí estaba muy afectado.
Esto pasó hace mucho tiempo, así que no recuerdo los detalles. Sin embargo, sí recuerdo a mis padres diciéndome cuánto me amaba Dios y que yo nunca podría estar fuera de Su cuidado. Esto no eran solo palabras bonitas: eran palabras poderosas. Tan poderosas que, en realidad, tan pronto como las escuché empecé a sentirme mejor. Muy pronto estaba otra vez paseando en mi bici, esta vez asegurándome de mirar a ambos lados antes de cruzar una intersección.
Pero sigamos con tu ceremonia en la iglesia de St. Robert…
La noche antes de tu gran día, justo antes de irme a la cama, me sorprendí tarareando el “Himno de Comunión”. La última estrofa dice así:
Libertador de los afligidos,
Vida divina del ser;
Tú, el Cristo, el credo no,
la Verdad en toda acción,
Tú, el agua, el vino, el pan. *
Cuando pienso en el profundo significado del pan, pienso en ser alimentado por Dios con las verdades reconfortantes que sanan, como aquella vez que me golpeó ese coche. Cuando pienso en el vino, pienso en ser inspirado a amar a Dios aún más y, como dice la Biblia, amar a mi prójimo como a mí mismo (véase Mateo 22:35–39). Y la noche antes de tu primera comunión pensé en ti siendo alimentada con estas mismas verdades, siendo inspirada por este mismo amor, durante toda tu vida.
Quizá eso es lo que hizo que el día siguiente fuera tan especial. Fue como un gran recordatorio de que Dios siempre cuidará de ti. Incluso ahora mismo, pensar en ello me hace muy feliz.
Con cariño,
Tu Nino (padrino)”
* Mary Baker Eddy, Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 298.
Eric Nelson escribe acerca de la relación entre la consciencia y la salud desde su perspectiva como Comité de Publicación la Ciencia Cristiana de California del Norte.
Artículo publicado originalmente en Communities Digital News, @CommDigiNews.