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Una lección de solidaridad. Por Elizabeth Santángelo.

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El dilema del erizo fue un concepto creado por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, del Siglo XIX.

“En un frío día de invierno, una manada de erizos se juntan para resguardarse de la helada gracias a su propio calor, amontonándose unos encima de otros. Pero sucedió que se pincharon entre ellos y el dolor fue tal que tuvieron que separarse rápidamente, con lo que otra vez sintieron frío. Así que entre el peligro de morir de frío o de hacerlo por el dolor que se infringían mutuamente con sus espinas, acabaron encontrando la distancia correcta, aquella que les permitía no morir de frío y no hacerse daño, de manera que el frío y el dolor fuesen soportables”.

 Evidentemente estos animalitos nada saben de la indiferencia, pero sí saben cómo pueden protegerse mutuamente, aun cuando un agente externo modifica sus hábitos.

La protección mutua es algo más que el querer estar juntos, porque es el Amor divino, la fuente de toda acción y actitud generosa, el que mueve a ayudarnos unos con otros y cooperar para un mismo fin: la convivencia que se origina en el Amor divino es incapaz de cometer un acto que perjudique o dañe a otro.

 

Algo más que entender es que ese Amor no nos hace seres duales, buenos y malos, generosos y egoístas, solidarios e indiferentes al mismo tiempo. Porque todo lo que se origina en la esencia espiritual del ser, es único, de una sola y misma naturaleza, o sea, bueno.

Pero ¿nos identificamos con una naturaleza buena?

Cuando logramos entender que fuimos creados con una sola identidad espiritual, nos vamos modelando para expresar siempre el bien, siempre el espíritu de servicio y amor por nuestro entorno, por aquel que más necesita.

A veces se cree que la vida de los cristianos es un tanto rutinaria, hasta algo indiferente a los problemas de una sociedad; una vida cómoda.

Pero ¿qué oración mueve a la acción y no a la comodidad placentera?

Recuerdo que habiendo conseguido mi primer empleo en una Agencia Publicitaria, en una ocasión tuve que viajar a Buenos Aires, a una productora de donde tenía que retirar un material de grabación y video.

Como vivía en Montevideo, y me lo comunicaron al concluir la jornada, esa misma noche tomé un vuelo.

Siendo la primera vez que viajaba con una cantidad importante de dinero que me habían entregado para pagar a la Productora, imagínense, una jovencita con un manojo de llaves tener que subir a un departamento en pleno Centro de la Capital avanzada la noche.

Apenas bajé del taxi, no me animé a entrar sola en aquel edificio, y lo primero que pensé fue llegarme a la casa de una amiga muy querida, quien había sido mi Maestra de Ciencia Cristiana.

 

Cuando le comenté que no me sentía segura y que tenía temor de entrar a ese domicilio, ella, así como estaba, se ofreció a acompañarme.

 

Me dio la impresión que estaba muy ocupada, pero con su tierna mirada llena de amor y su sonrisa, me dijo: “Vamos juntas, no temas”.

Al llegar al lugar, entramos. Ella misma encendió todas las luces, siendo una persona mayor, se arrodillo y miró debajo de cada cama, movió las cortinas, abrió los placares, aseguró cada ventana, para transmitirme tranquilidad, y confirmar que no había nada extraño ahí.

Me abrazó con mucho afecto y me dijo que no dudara en llamarla si necesitaba hacerlo. Sentí tan cerca la presencia de Dios, que iluminó mi pensamiento y fui resolviendo las cosas con la mayor paz.

Fue una experiencia inolvidable. Han transcurrido más de 40 años y la atesoro, porque me di cuenta que por más que estemos dedicados al área espiritual, orando por uno mismo y por los demás, también es natural acompañar esa misión con el espíritu que Jesús dejó demostrado a través de sus enseñanzas.

La parábola del Buen Samaritano que se encuentra en la Biblia, capítulo 10: 25-37 del Evangelio de Lucas, es una muestra de esto. La acción inmediata del Samaritano al encontrarse con alguien desconocido que había sido asaltado en el camino, hizo que prestara ayuda y cuidados hacia él, mientras que dos religiosos que pasaban por ese mismo lugar, hicieron caso omiso.

Jesús al concluir el relato, pregunta a su interlocutor: “¿Quién te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” A lo que él le respondió: El que usó de misericordia con él”.

No temas mostrarte unido a los demás. Hay una recompensa siempre, y lo que es más importante, mostrándote solidario y atento a las necesidades de tu prójimo, puedes descubrir y sentirte también amado y satisfecho.

 

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