Esta palabra, se utiliza para describir la facultad, habilidad, capacidad o autorización para llevar a cabo una determinada acción. El poder implica también poseer mayor fortaleza corporal e intelectual en relación a otro individuo.
En nuestros días, tenemos el ejemplo de Malala Yousafzai nacida en Mingora, Pakistán, una estudiante, activista y bloguera.
Ganadora del Premio Nobel de la Paz en 2014; a sus 17 años, es la persona más joven galardonada con ese premio en cualquier categoría.
Esta joven promueve el derecho a la educación de niñas y adolescentes.
Ella no utiliza ningún poder coercitivo, no utiliza armas, ni defiende esos derechos con violencia o imponiendo su voluntad bajo amenaza.
Solo promueve la acción y normal desarrollo del bien.
“El mundo adoptó a Malala. Ella nos recuerda que la educación tiene un poder transformador, especialmente para los 31 millones de niñas en edad escolar que, según Unicef, no van a la escuela en todo el mundo.
También es importante que sea un faro de esperanza, un recordatorio de que el espíritu humano contiene posibilidades inmensas, calidez, humildad y la capacidad de perdonar” (extractado de CNN México, por John D. Sutter).
Es bueno recordar que ella misma fue víctima del ataque de un grupo de talibanes que se oponían al ejercicio de esos derechos, pues yendo a la escuela en el mismo autobús recibió una herida de gravedad (un balazo en el lado izquierdo de su cabeza).
Los médicos no dieron esperanza de vida, pero sin embargo a través de la confianza en el poder de Dios logró sobrevivir, recibiendo apoyo no solo del cuerpo médico sino también a través del poder de la oración de muchos.
Cada vez que hacemos uso de un derecho, mientras se haga con auténtica humildad, nadie puede ser perjudicado, ni nadie puede perjudicar, alterando el orden y la paz social.
Mientras que una personalidad basada en el ego y la soberbia avasallante, quizás caiga en la idolatría y la violencia.
Reconocer que somos instrumentos para el bien, hace que cada mañana sea la oportunidad de conectarnos con la fuente de nuestro ser genuino, alejados del yo humano y controversial.
Generalmente, se ora por un problema o un cambio en una determinada situación, pero esa conexión va más allá de un simple recurso para la solución de un conflicto.
El libro Ciencia y Salud habla de cuatro elementos que nos ayudan a elevarnos y a encontrar respuestas a cada necesidad humana: “La oración, la vigilancia y el trabajo, combinados con la inmolación del yo, son los medios de la gracia de Dios para lograr todo lo que ha sido hecho con éxito para la cristianización y la salud del género humano”.
Si, alejados de celulares, de pensamientos vacíos o llenos de preocupación, comenzamos el día con la oración, agradeciendo por la vida y por el bien divino, esta actitud nos colma de esperanza y de fortaleza interior.
Este es un ejercicio eficaz, porque al empezar el día de esta manera, estamos defendiendo nuestra salud mental, la armonía interior, donde ni voluntad propia o incertidumbre podrán interferir con los resultados de esa oración.
Orar así, es un regalo maravilloso para comenzar y continuar el día. Participemos activamente de esta oportunidad con sincera alegría.
Elizabeth se desempeña como Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana, en Argentina – Twitter: @elisantangelo1