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El nunca más cañadense…Acá también pasó… Por Pablo Di Tomaso.

Nunca-mas-IREMOS POR TODOS…
Retomando aquella frase de Ibérico Saint-Jean, gobernador de Buenos Aires durante la dictadura entre los años 1976 y 1981, que expresaba «primero mataremos a los subversivos, después a sus cómplices, después a sus amigos, después a sus familiares, después a los indiferentes y por último a los tímidos» así trabajaron los Servicios en Cañada de Gómez. Un ejemplo de persecución familiar es la que sufrió el Dr. Juan Carlos de Altube, conocido popularmente como Chicharra, y quién recuerda estos hechos es Ricardo García cuando expresa que «Juan Carlos no encajaba con la medicina comercial, él era un médico no era un comerciante; lo marginaron y dejo la medicina, quiso volver y no pudo porque el sistema no lo dejaba. Él era un apasionado. Las persecuciones que sufrió junto a sus dos hermanos, Hugo y José María… Ellos venían de una familia de clase media alta que podrían haber optado por darle la espalda a los más humildes y sin embargo se pusieron del lado de los pobres.» Cabe agregar que el 5 de abril de 1974, dos años antes del Golpe, a las ordenes del General Miguel Iñiguez y del Comisario Alberto Villar, efectivos de la Policía Federal ocuparon en pocos minutos la manzana delimitada por las calles España, Ocampo, Sarmiento y Ballesteros, al tiempo que sobresaltaban el sector dos helicópteros, presuntamente en la búsqueda de militantes revolucionarios. Por ese sector vivían familiares de Chicharra y de Trucha Giordano.

Otra persecución familiar es la que sufrieron Juan Carlos Gabriel y su padre Alberto, que fuera detenido a horas de haber caído el gobierno democrático. El Dr. Alberto Gabriel era bioquímico y junto al Dr. Héctor Tonella fueran durante años socios y amigos de la recordada Farmacia Universidad desde la década del cincuenta y que se encontraba en la zona céntrica de la ciudad; sobre ese lugar en una biografía sobre el Dr. Tonella escrita por el Dr. Gerardo Álvarez describe que

«Ese ámbito, sito en Lavalle 959, no sólo fue propicio para que ejercieran ambas profesiones con una dignidad y un decoro encomiables, sino que en mérito a los intereses e inquietudes sociales, políticos y culturales de sus titulares el mismo se convirtió en un lugar predilecto para la tertulia amable, el diálogo zumbón y chispeante y también -casi siempre- para la discusión fervorosa y apasionada… Durante mi adolescencia tuve el gusto de frecuentarlo y por eso bien recuerdo que por allí pasaban, cotidiana o periódicamente varios asiduos concurrentes que se reclutaban entre los mas fervientes opositores locales al gobierno de Perón, contándose entre ellos el doctor Félix Pagani, prestigioso odontólogo que por entonces era ministro de Obras Públicas y Educación y Cultura en el primer gobierno de Carlos Sylvestre Begnis; Vicente Leoni, fundador de la Biblioteca “Rivadavia” y como Pagani su presidente durante varios lustros; Andrés Acuña, el notable pintor cañadense; el escribano Omar Lassaga, distinguido profesor de la Universidad del Litoral; Nemesio Valbuena, director durante años del recordado periódico “La Nota”; el maestro Manuel Andrada, que dirigía la Escuela “Estrada”; y otros contertulios más jóvenes como Gerardo Cabezudo, intendente de la ciudad durante dos períodos; Aldo Chazarreta, Onofre Alvarez, mi padre, y varios amigos de Gabriel o de Tonella que contribuyeron a convertir a la “Universidad” en el equivalente cañadense de la inolvidable botica de Silvestre, evocada con gracia por Roberto J. Payró en ese tan delicioso “Pago Chico” que Elsa Partelli nos hizo leer concienzudamente en el primer año del Nacional.»

Pero volviendo a la injusta detención del Dr. Alberto Gabriel en su vivienda situada en Rivadavia al 500, una testigo importante de esos días fue María Rosa Barbaressi quién fuera su segunda esposa y quién nos manifiesta que

«El día que lo detienen a Gabriel, estábamos en el laboratorio, habíamos terminado la tarea diaria, eran más o menos las 7.30 de la mañana cuando lo llama una vecina y le dice Dr. Venga urgente a su casa porque han ingresado militares – ella los vio a todos con el traje de militar – y han roto la puerta de enfrente a culatazos, entonces lo llamamos a usted para que venga a ver qué pasa. Gabriel se fue con chaquetilla mangas cortas, siendo que hacia bastante fresco ese día, y se encontró con todos los militares dentro de su casa, ya habían sacado todos los cajones, habían revisado absolutamente todo. Él les pregunto a quién buscaban. Buscamos a su hijo, le respondieron los uniformados. Pero él no vive acá, yo estoy viviendo solo, le responde, y no tengo a la dirección porque él ha cambiado el domicilio varias veces.»

Ante la imposibilidad de encontrar a su hijo, los militares deciden detener al Dr. Alberto Gabriel con la intención de que al torturarlo puedan sacarle información. Desde su casa lo llevaron detenido escoltado por dos policías en la parte de atrás como si fuese un ladrón peligroso. En Cañada de Gómez nadie sabía hacia donde lo llevaban, antes de partir le deja el juego de llaves de su automóvil a un policía cañadense conocido por él para que se la entregue al Dr. Tonella. Al cuarto día sin saber noticias de Gabriel, María Rosa junto a un grupo de amigos fueron a verlo al Padre Ignacio Aparicio, ya que el mismo un amigo dentro de la cárcel con un alto cargo que suponíamos que podía estar ahí. Así fue que por intermedio del Capellán de la Policía se pudo confirmar la presencia de Gabriel en la Alcaidía de Rosario. Sobre ese episodio Barbaressi nos manifiesta que

«El capellán le dijo al Padre Aparicio que no se le permitían hablar con ninguna de las personas detenidas. Por lo tanto era imposible que el padre Aparicio fuera a llevarle un abrigo. Después, un político de Santa Fe, por intermedio del Dr. Tonella, del MID, se prestó para llevarle unos pulóveres, que tuvo que dejar en la puerta de entrada porque no lo dejaron ingresar, al tiempo nos enteramos que esos abrigos jamás le llegaron. A todo esto nosotros, todos los días intentábamos realmente saber si estaba en la cárcel de encausados, como yo en ese tiempo era corresponsal del Diario La Prensa, en Cañada de Gómez, lleve mi credencial y me metí en la policía a hablar con el Teniente Coronel Moresi y le dije que todos los profesionales de Cañada de Gómez, bioquímicos y médicos, querían poner una solicitada en el Diario La Prensa para pedir por la liberación de una persona que no tenía absolutamente nada que ver para estar dentro de la cárcel, que si tenían que ver al hijo, que lo busquen al hijo, no a él. Moresi, en forma muy poca amistosa me responde que si hacen algo de esto los que firmen van a tener que pasar por la Jefatura y le pido por favor que no venga a preguntarme todos los días, ya hemos puesto policías vigilando su casa. La casa de mis padres estaba ubicada en Ayacucho al 1100, sobre el puente de la casa de mi padre había un móvil de policía para ver si en ese lugar estaba el hijo de Gabriel y a lo mejor lo teníamos escondido en algún lugar. A todo esto mi papá, que tenía un arma, que era un arma para cazar, una escopeta, la había escondido dentro de un tambor de trigo, en ese tiempo mi papá tenia cerdos y les daba trigo, y en ese tambor de trigo escondió la escopeta. Vivíamos momentos muy difíciles.»

A los dieciséis días de estar detenido, el Dr. Alberto Gabriel fue liberado, pero antes había sufrido la tortura de los dictadores, donde todos los lo a declarar a una misma habitación, donde querían sacarle información sobre su hijo. Al salir, estaba sucio, muy flaco, sin fuerzas y con el suficiente aliento para pedirse un taxi para venirse a Cañada sin saber si le podía pagar en el regreso. Al llegar fue directamente a la vivienda de la familia Sra. Poggio, donde al tocar timbre y ser visto por Lita, la misma casi se descompone, al ver su estado físico. Allí Gabriel le pidió que le pagara al taxista. Sobre esas triste jornadas, María Rosa nos agrega que

«Nosotros vivimos muy mal. Ya le conté que mis padres, que no tenían absolutamente nada que ver, tuvieron una vigilancia permanente, prácticamente de 7, 10 o 15 días frente al domicilio. Yo lo viví muy mal, porque con su socio, el Dr. Tonella, no sabíamos realmente como resolver las cosas del laboratorio, no sabíamos que le había pasado, si volvía o no volvía. Los profesionales de Cañada, como el Dr. Adhemar Regis o el Dr. Rodríguez, los que me puedo acordar colaboraron para que podamos salir adelante. Aparte cuando él estaba detenido no teníamos acceso a poder entrar a ese organismo tan cerrado y vertical que era la policía, los militares y demás para saber algo y bueno cuando él llego, llego tan desesperado, tan mal, porque no sabía nada de su hijo, no sabía dónde se iba, no sabía qué le iba a pasar, porque algunos no llegaban a destino. Entonces vivió muy mal, fue una etapa muy dura para todos nosotros y para mucha gente de Cañada que paso lo mismo, porque no es fácil recibir en un domicilio estando vos adentro o estando vos fuera del domicilio a una tropa que entra de repente y te invade y no aves realmente que es lo que te va a pasar. Así que, la libertad que hoy tenemos es algo que no se puede comprar con ningún dinero.»

Las mentes asesinas de quiénes llevaron a cabo la dictadura cívico-militar de entonces tenían muy claro sus objetivos, sabían que atacando al círculo más cercano de las personas a las que ellos ya habían juzgado desde sus oscuras oficinas podrían llegar hasta el individuo el cuál, de ser encontrado, quizás no tenía más destino que la muerte. Ese objetivo, el que nunca concretaron, era detener y quizás asesinar a Juan Carlos Gabriel, el hijo de Alberto y que en el momento del golpe hacía poco tiempo que se había casado con Adriana de la Fuente. Sobre lo ocurrido con su padre, Cali, como todos los conocen en Cañada de Gómez, expresó que

«A mi papá se lo llevan de acá a Rosario. Ahí, al escuchar el nombre una de las veces en que lo llaman a él, se le arriman unas personas, eran varios que habían estado trabajando conmigo en Villa Constitución. Uno era hijo de un periodista de Rosario muy conocido, creo que era de canal 5, era un periodista deportivo, en este momento no recuerdo como se llamaba, era militante del PC. Yo tuve un contacto corto muchos años después porque él lo vio en algún lado a Chicharra de Altube y este le dijo ‘el Cali está en tal lado’ y le dio mi dirección de e-mail. Él se había enterado que yo era de Cañada de Gómez a través de mi Viejo en la cárcel y también sabía que Chicharra era de allí. Mi papá me contó que los mataban a golpes a estos chicos de la fábrica en los días q ue compartieron cárcel. El día del golpe pegaron muy fuerte en Villa Constitución, por eso a mí me buscaron también justo ese día. Uno de los propósitos de la Junta Militar con el golpe era liquidar lo que ellos llamaban guerrilla fabril, que eramos los activistas fabriles.»

Juan Carlos Cali Gabriel era un joven de clase media cañadense que empezó a militar por una sociedad más justa con apenas 16-17 años en la secundaria, quizás alentado por el triunfo del chileno Salvador Allende y la militancia de izquierda que empezaba a florecer pasados los sesenta en Argentina. Participó con otros alumnos del secundario de la toma de la Nocturna por ejemplo cuando quisieron desalojar a la misma de la Escuela Normal. En el ambiente juvenil el personaje de Cali era conocido, pero sobre todo por su faceta musical. De muy niño con apenas 14 años participó de la formación de Los Grillos, mítica banda cañadense de los setenta. Sobre su incorporación recuerda que fue cuando lo vieron actuar con un grupo de la misma edad que él, llamado Los Faraones, los integrantes de Los Grillos se entusiasmaron tanto que enseguida preguntaron por su ingreso a la banda. «Yo a mis 14 años les dije miren tendrán que hablar con mi papá. Entonces Huguito Fernández se puso una corbata, probablemente la única corbata que se puso en toda su vida, y se fue a hablar con mi viejo. Después de un poco de reticencia, mi viejo dijo ‘bueno, pero me lo van a cuidar?’ y ellos le decían ‘si, doctor, lo vamos a cuidar’. Claro, esos no sabían cuidarse a sí mismos, menos me iban a cuidar a mí. De todas maneras fue una linda experiencia. El cantor de la banda era Néstor Rimini, alias Leo Rivas, falleció en un accidente en el camino a Bustinza, en el año ’78. Huguito era la primera guitarra, yo tocaba el teclado. Hacíamos pop, rock a nosotros nos gustaba el rock progresivo, nos gustaba Almendra, pero en los bailes no se podía tocar eso, alguna vez metíamos alguna cosa, en las discotecas mas, hacíamos también algo de Santana, la Joven Guardia, pop nacional, bien comercial.»

Su militancia política fue dentro de Socialismo Revolucionario, grupo liderado entre otros por el histórico dirigente Horacio Zamboni y donde también militara el cañadense Armando Trucha Giordano. Sobre sus primeros pasos en ella, fuera de su ciudad Cali manifiesta que

«Yo tenía contactos con grupos de Rosario, de izquierda independientes, y mientras yo estuve acá en la época de mi secundario tuvimos un grupo de discusión y estudio, cuando me fui a Rosario, fue una cosa mas orgánica pero que duró un tiempo limitado porque un poco nos disolvimos nosotros mismos. Pensábamos que el cambio venia por la formación de un partido realmente obrero que naciera en el seno de las fábricas y no en la universidad. Yo militancia universitaria prácticamente no tuve, pero si milité en fábricas.»

Su primera participación importante fue en la ciudad de Villa Constitución, emblema de la lucha gremial contra la burocracia sindical entre 1974 y 1976. En ese período, durante unos meses de 1975, Cali fue miembro del Comité de Lucha de una de esas fábricas metalúrgicas, al desatarse una huelga por la disolución y encarcelamiento de todos sus miembros de la seccional de la UOM de Villa Constitución, dirigida en ese momento por una lista de izquierda, que había ganado las elecciones el año anterior. Éstos fueron acusados por el gobierno de Isabel Perón, como muchos dirigentes de izquierda de la región, de participar de una “conspiración” contra el gobierno. Cali era empleado de la empresa Villber, fabricante de heladeras y por lo tanto ligada como fábrica metalúrgica a Acindar, Marathon y Metcon de esa región, quienes fueron en totalidad a la huelga. «Esa fábrica, Villber, estuvo tomada más tiempo que Acindar, Marathon y Metcon –expresó Gabriel–, la tuvimos tomada durante mas de un mes hasta que en algún momento no nos dejaron entrar más, era una toma muy rara hacia el final, tomábamos la fábrica todos los días ya que la mayoría vivíamos en Rosario, íbamos con el bus y la volvíamos a tomar, estaba en huelga o sea que no se fabricaba nada. En algún momento comenzamos a hacer acciones desde ahí, volanteadas en Rosario para obtener solidaridad, detenciones de coches en la ruta cerca de la fábrica para informar y obtener fondos de gente que quería colaborar, etc. Era una fábrica chica y por lo tanto las acciones eran limitadas, pero eso molestó mucho y un día encontramos policía o gendarmería, impidiéndonos el acceso, no nos dejaron entrar más y terminamos en la calle junto con el resto de los huelguistas de Villa Constitución, que estuvieron esos dos meses de huelga.» . La huelga acabó derrotada, los obreros volvieron al trabajo, sin haber conseguido ninguno de los objetivos, siendo el principal la liberación de la comisión directiva local de la UOM. Hubo represalias y muchos de los que habían participado mas activamente fueron despedidos, él mismo junto a otros diez obreros de esa fábrica. Agrega que «al cabo de alrededor de cuatro semanas luego del despido hay un grupo que secuestra al sobrino del dueño de la fábrica, era un tal Berenstain creo que se llamaba, y lo obligan a sacar una solicitada pidiéndonos perdón y reincorporándonos, lo cual era una barbaridad porque nos identificaba a todos con la guerrilla, por eso nosotros volvemos a la fábrica, hacemos una asamblea, y los criticamos con lo cual empezamos a peligrar por el lado de ellos también, aunque solo fuimos amenazados. La Asamblea de la fábrica a instancia de algunos de nosotros saca una declaración en contra de aquella acción violenta y afirma que la lucha obrera tiene que ir por el lado de los obreros mismos. El hecho es que después que nos echaron a nosotros, habían comenzado huelgas un poco salvajes, pasaba uno, tocaba el timbre y paraban todos durante media hora o así. Así estuvo la situación una o dos semanas hasta que estos boludos van y hacen el secuestro. En esa zona había desgraciadamente mucha actividad de las Tres A, los viajes en colectivo de Rosario a Villa Constitución eran siempre un peligro, no sabías si te iban a parar, bajarte del colectivo, no tanto la policía porque todavía era el ’75, pero estaba la Triple A y otros grupos fascistas. Por eso yo y un grupo de compañeros, cinco o seis, nos fuimos de la fábrica en ese momento.» Como consecuencia de todos estos hechos, Cali decide ponerse a trabajar en un taller en la ciudad de Rosario. Cuando ocurre el Golpe el protagonista de esta historia remarca que

«El día del golpe, 24 de marzo del 76, primero allanan la casa de mi Vieja en Rosario, ella sabía dónde vivíamos en Rosario, como lo sabían pocos allegados solamente. Teníamos cuidado con eso porque después de la huelga del ’75, alrededor del mes de julio, nos habían allanado una casa anterior donde yo vivía con algunos compañeros, por suerte en ese momento no había nadie, nos habíamos ido porque teníamos miedo de que cayeran a esa casa, al haber dado yo esa dirección en Villa Constitución. No paso más nada después de eso en ese año. Yo me había casado a principios del 76, vivía en una casita en 3 de Febrero y Avenida Francia. Y ahí la policía va a la dirección de mi Vieja porque también estaba dada en la fábrica, supongo. Mi madre un poco los manda para Cañada de Gómez, les dice no se estará con el padre. Yo creo que mandan la orden aquí a Cañada porque lo de mi Vieja fue dos horas antes de lo de mi Viejo. Se van a lo de mi Viejo entonces, en la calle Rivadavia, él ya se había ido a trabajar a esa altura. Llegaron, pararon frente a la casa, rompieron una ventana para entrar y le pidieron a Polenta, que era vecino nuestro, entrar por su tapial, le mostraron una cosa que decía que yo había matado no sé qué cantidad de personas, era lo normal que hacían para cortar toda la relación, la solidaridad de la gente que pudiera haber, de los vecinos, la familia misma. Entonces ahí llega mi Viejo alertado por alguien que le estaban allanando la casa y le preguntan mi dirección, mi Viejo no se las das y se lo llevan preso a Rosario. Después de eso van a la casa de mis suegros, en calle Ballesteros, intentan entrar a allanar esa casa pero sale la tía de mi mujer que era la jueza de paz de la ciudad en ese momento y les dice ‘ustedes acá no entran sin una orden de allanamiento’. Se van y la buscan, se las habrá dado el Coronel ese que estuvo aquí (N. del A.: César Moresi) y vuelven con la orden, entran, revisan la casa de mis suegros, les preguntan dónde estamos nosotros y mis suegros asustados les dicen aproximadamente nuestra dirección. Esa información por alguna razón se cortó, no llegó a Rosario, tal vez yo no era una prioridad para ellos en ese momento… Mis suegros hablan con los abogados de la familia, el hermano de mi suegro era abogado (N. del A.: Dr. José de la Fuente), y el marido de la jueza en ese momento, Pedro Fernández, también era abogado. Entonces se van a Rosario horas más tarde, luego de que en la Comisaría de aquí les dicen que ya nos tenían presos en el comando, así es que se van con los abogados derecho para el comando y cuando están llegando cruzando Avenida Francia mi suegra dice de pasar por nuestra casa a ver si hay algo, si habíamos dejado algo, un mensaje o así. Tocan el timbre en mi casa y los atiendo yo, ese día se me había roto la heladera por eso a la tarde no había ido a laburar, lo que fue una suerte, ya que mi mujer no sabía dónde estaba exactamente el taller donde yo trabajaba así que me hubiera enterado recién horas más tarde, lo cual hubiera podido ser un desastre. Abro la puerta y pregunto “¿qué pasa se murió alguien?”, porque lo veo a mi suegro todo vestido de traje y mi suegro dice “¡No sabes que está pasando en el país? te está buscando medio mundo!”. Lo ‘agarro de los pelos’ y lo meto adentro para que me expliquen. Me cuentan lo que pasaba y luego de juntar lo indispensable, en unos minutos nos vamos a una casa en construcción, propiedad del tío de Adriana. Éste, el hermano del padre, Pepin De la Fuente, me decía “te tenés que entregar, va a ser peor”. Y Pedro Fernández dice “dejame que yo voy a averiguar”. Él estaba en un partido político (N. del A.: M.I.D.) que claramente estuvo implicado en el Golpe, y se fue a averiguar con sus amigos. Volvió a la hora diciendo, “no, no te entregues porque están matando a todos, están matando al que agarran.” Yo me escondo en casa de amigos, por cierto Pastorini, un psiquiatra de Rosario, desaparecido meses mas tarde, que ni siquiera militaba ya en esa época. El era un amigo, un compañero, y se comportó como tal. A Adriana, mi mujer, la protege su familia, 19 años tenía ella como yo, la familia se la trae para acá para Cañada y la esconden en una casa familiar. Así estuvimos durante meses viendo lo que pasaba, un tiempo en Buenos Aires, un tiempo en Rosario, yo siempre escondido, y en algún momento decido que no puedo hacer nada por estar siempre encerrado y decido irme de la Argentina.»

El exilio fue la salida que utilizaron millones de argentinos para salvar sus vidas. Es preciso decir que muchos debieron huir antes del Golpe cívico-militar de 1976 a raíz de las amenazas que recibían de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), durante el gobierno de Isabel, que enfocó directo su ataque hacia diversos sectores de la izquierda a través de prácticas similares a las que posteriormente usarían los militares en el poder. Un informe publicado en la página Amérique Latine Histoire & Mémoire, titulada “El exilio argentino en Francia”, escrita por María Oliveira-Cézar confirma lo siguiente

«…Empujados por la terrible represión desencadenada por los militares golpistas de 1973, venían miles de uruguayos y chilenos, siendo éstos los que integraron el contingente más numeroso. Unos pocos argentinos empezaron a llegar en 1975, a raíz de la Triple A, de la intensificación de las luchas internas del peronismo o simplemente por temor a las consecuencias del Golpe que ya se anunciaba. El grueso del último exilio político argentino llegó a Francia de mediados de 1976 a mediados de 1979, huyendo de las Juntas Militares del “Proceso” iniciado en el Golpe del 24 de marzo de 1976.»

Aunque no fue Francia su destino, Juan Carlos Gabriel, para salvar su vida y la de su esposa, decidió salir del país. Pero antes de partir Cali tuvo una despedida especial, la de su padre, aquel hombre que había sufrido la cárcel tratando de proteger a su hijo, y que fue a despedirse de él sin saber si lo volvería a ver. María Rosa Barbaressi recuerda muy bien aquel día y el sentimiento de ese momento

«En una oportunidad, Alberto estaba en la facultad dando clases y se apareció un señor muy bien vestido, de traje, con un portafolio y le dijo usted mañana vuelve a Rosario? Porque mañana lo quiero entrevistar en un lugar donde hay alguien que quiere despedirse de usted, y le dijo que fuera a una confitería en las afueras de Rosario. Ahí se encontró con su hijo y con seis o siete personas que estaban dentro de la confitería pero él no sabía que función cumplían. Alguno leyendo el diario, otro tomando café, otro charlando con una mujer y ese señor que lo fue a entrevistar le dijo mire, es la última vez que lo va a ver porque ya parte de este lugar, traten de no hacer una despedida de mucho abrazo ni nada por el estilo porque no queremos despertar sospechas. Así que estaban como en una confitería conversando. Gabriel estaba muy angustiado… Él recordaba bien las palabras que le dijo ese muchacho usted no se preocupe porque aquella pareja es de la organización, la chica que está repartiendo volantitos afuera en la calle, son de la organización y los señores que están ahí también son de la organización. Es decir que estaban muy bien organizados, estaba todo listo, para que su hijo partiera, el padre no sabía hacia dónde.»

Por su parte de ese momento en que ambos se encontraron para despedirse Cali expresa que «sobre mi papá y el encuentro en el bar es difícil contarte como lo viví, especialmente porque ya no recuerdo todas las sensaciones que habré tenido, sé que fue fuerte, pero al tratar de recomponerlas no sé si mi memoria no me está engañando. Lo que sí te puedo decir es que el encuentro no fue en Rosario, sino en Buenos Aires, donde yo estaba desde hacía meses. También que en ese primer contacto entre ese compañero y mi Viejo, aparte de darle detalles de dónde y cuándo encontrarme, le dieron mil recomendaciones sobre como cuidarse y eludir posibles seguimientos entre Cañada y Buenos Aires. Y él se tomó un tren y se fue a Buenos Aires, se bajó en Retiro y se tomó un taxi derecho hasta el bar de la cita, el Richmond o el Tortoni, era uno de los famosos, no recuerdo cual. Estuvimos solos él y yo. Lo que si me quedó muy grabado fue cuando me dijo que él no tenía ningún problema de haber pasado por todo lo que había pasado, si eso había servido para que yo estuviera a salvo y ganara tiempo para esconderme. Y que de ser necesario lo volvería a pasar. Obviamente me duele pensar en todo lo que pasó mi Viejo en la cárcel, y que en aquella primera oportunidad ni mencionó. Mucho mas tarde me enteré por él mismo que le hicieron simulacros de fusilamiento, por ejemplo. Yo lo ví a mi Viejo hasta orgulloso, no orgulloso de que me persiguieran, estaba muy preocupado por eso, pero nunca me demostró, o me dijo ‘mirá lo que tuve que pasar por vos’, jamás.»

Ya consumada la despedida, Cali comienza su exilio hacia un nuevo lugar donde pueda vivir sin peligrar su vida. Pero sigamos reviviendo en primera persona como pudo escaparse de la Argentina…

«Nosotros teníamos un análisis político profundamente erróneo y era que la Dictadura se caía en seis meses y por eso yo no quería irme del país. Por eso recién cuando veo que no podía hacer nada mas que esconderme y que iba para largo, decido irme. Imaginate que yo vivía escondido, en Rosario primero y después en Buenos Aires en casas de amigos. Tenía miedo, inseguridad y dificultades diarias, no poder salir a la calle por ejemplo. A su vez nos enterábamos que ‘caía’ gente cercana a nosotros, lo que no podíamos saber era hasta qué punto se estaba produciendo esa masacre. Sabíamos que se los llevaban, que los ‘desaparecían’, pero no sabíamos si iban a ‘aparecer’ en algún momento y eso era solamente una cárcel clandestina momentánea. El mejor candidato para salir de la Argentina para mí fue desde el primer momento Uruguay, que era un poco una locura porque era peor que Argentina, pero por eso mismo pensaba que era una frontera que no cuidaban mucho. Las más jodidas para cruzar eran las que te liberaban del todo, Ezeiza a Europa, o a medias como la de Brasil. Teníamos la idea que Brasil no trabajaba mucho en conjunto con Argentina a nivel de represión, por eso pasar a Brasil significaba que ya habías zafado un poquito más. Pasar a Uruguay era solo un pasito porque nosotros sabíamos que la policía uruguaya y la argentina colaboraban muchísimo. Salí por Uruguay con un documento nacional de identidad falso, sólo, sin Adriana, porque ella había entretanto aparecido públicamente en Cañada de Gómez y no había pasado nada, así que consideramos mejor que sacara pasaporte antes de abandonar el país, cosa que yo obviamente no podía hacer, y se juntara conmigo adonde yo pudiera llegar y estar a salvo, apuntaba a Venezuela, en ese momento el único país democrático en Sudamérica. Ella anduvo por Cañada hasta que detuvieron a algunos antiguos compañeros de secundaria con los que habíamos tenido un grupo de teatro juvenil. Fue ahí que ella se asusta y se va a esconder en lo de una familia amiga en Buenos Aires. Pero eso fue unos días posterior a mi salida de Argentina. Salí en avión hacia Uruguay ‘disfrazado’ de industrial, tenía hasta tarjetas de ejecutivo de empresa, me había averiguado precios de tasas de exportación, llevaba unas carpetas de productos, por las dudas si me paraban por lo menos tener una historia más o menos coherente. Llegué a Uruguay y allí cambie todo el dinero que me había llevado mi Viejo a Buenos Aires en aquel encuentro, que era un maletín lleno de dinero en pesos argentinos, lo cambié todo y me dieron cuatro billetes de cien dólares y con eso seguí viaje. Me tomé un bus hacia Sao Paulo, de ahí en avión hacia Manaos y de allí unos días más tarde, un barco hasta el último pueblo de Brasil, cerca de la frontera con Venezuela. No pude entrar a Venezuela porque no tenía pasaporte y la frontera era muy vigilada. Mi mujer voló directamente hasta ahí unas seis semanas mas tarde, de ahí seguimos todo el camino juntos. Tuvimos que volver a Manaos, de allí entramos a Colombia, yo de manera ilegal. En total estuvimos viviendo como ocho meses de artesanos en Brasil y en Colombia, yo había aprendido en el primer tiempo en Brasil con un amigo argentino a tejer artesanías, cuando llegó mi mujer ella aprendió también, y de eso vivimos en Brasil y en Colombia. No fue fácil, en algún momento no teníamos nada, necesitábamos comer, estábamos muy mal, inclusive yo bajé 18 kilos en ese período, y nos dicen que estaban dando ayuda en Caritas, allí les contamos un poco nuestra historia a grandes rasgos, y nos aconsejan hacernos reconocer como refugiados por el ACNUR, el Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas. Allí nos entrevistan e inmediatamente nos dan el estatus de refugiados, y con ello la posibilidad de que nos enviaran a un país que nos acogiera. Fue medio un lío porque yo no tenía pasaporte, y había estado ilegal durante meses en Colombia. Al final me dan un documento de viaje para abandonar Colombia. Nos mandan a España, en base a un acuerdo firmado entre Perón y Franco sobre doble nacionalidad de españoles y argentinos que fue siempre papel mojado, nunca tuvo validez, nadie lo pudo utilizar realmente. El cónsul español me da ese acuerdo sellado como válido para que las Naciones Unidas tramiten mi viaje a España. Volamos a España vía Frankfurt y cuando llego a España no me dejan entrar porque no tenía visa, no tenía un visado en el documento de viaje colombiano. España era pos franquista, año ’77, estaban en plena transición, y no reconocían ese documento, entonces a mi me meten de nuevo en el avión de vuelta a la fuerza, a Adriana incluso le hacen pagar su pasaje porque ella sí que tenía su pasaporte argentino que la habilitaba para entrar como turista. Nos envían de vuelta a Colombia pero el avión hacía escala en Frankfurt. Allí entramos como turistas, recibimos mucha solidaridad y al cabo de varias semanas de intentar irnos a un país de ‘habla cristiana’, léase inglés o español, nos dicen que no, que es muy difícil y que tenemos que pedir asilo político allí mismo, que nos iban a dar un curso de alemán y ayuda. Nos dieron asilo político a los dos al cabo de nueve meses, trabajamos en varias cosas, una vez que tuvimos el asilo político teníamos los derechos sociales de los alemanes, que entre otros incluye el de poder estudiar con una beca si tus padres no te pueden mantener. Nos dieron esa beca a los dos para estudiar y en base a eso y a trabajos que hicimos –yo trabajé entre otras cosas de pianista en un bar, después dí clases de ciencias, Adriana comenzó limpiando casas, en un periódico metiendo propaganda en los diarios, hasta que comenzó a dar clases de español- con eso hicimos nuestras carreras y ya empezó la parte ‘tranquila’ de nuestras vidas.»

Aquel exilio de ambos a los 20 años se transformó en oportunidades de crecimiento tanto para Juan Carlos como para Adriana, quiénes finalmente vivieron 19 años en total en Alemania para luego emigrar a España. En la entrevista que Mario Chiappino le hiciera al Ciudadano Ilustre cañadense, Cali relató como fue su nueva vida en el viejo mundo…

«Tenía entre 20 y 21 años y ahí inicio mi carrera universitaria, me recibo primero en Física y después hago un Doctorado en Ciencias Naturales, todo eso en Alemania. Trabajé en un Instituto Max Planck como post doc, y en algún momento me puse a trabajar en un proyecto de un satélite científico de la ESA, la Agencia Europea del Espacio, desde otro Instituto Max Planck. Ahí es que me sale la oportunidad de optar por un trabajo en la ESA, parte en Holanda, parte en Alemania. El proyecto para el que me presento se va de allí a España a hacer lo que se denominan las operaciones científicas, entonces yo me voy con ese proyecto a Madrid y eso fue hace 19 años. Mi mujer tuvo su propio desarrollo, ella estudió letras en Alemania, y entretanto era profesora de Español en el Laboratorio de Idiomas de la Universidad. En el momento en que me sale el proyecto de la ESA se le corta esto, ya que tenemos que decidir si nos quedábamos en Alemania o nos vamos, y optamos por esto último. Ella en España trabajó en una librería y en una biblioteca y ahora se dedica a escribir. Nuestra primera hija nace en el ’85 y la segunda en el ’89, ambas en Alemania, y el tercero nace poquito tiempo antes de irnos a España.»

La historia de Cali y Adriana es un claro ejemplo de una generación que tuvo en parte que dejar su país (y que se pueden considerar ‘afortunados’ frente a otros destinos) por causa de la dictadura cívico-militar del ´76. Las lágrimas con las que ambos finalizamos aquella charla en el verano del 2017 es un reflejo de las heridas de aquella triste y larga noche que vivimos los argentinos y que aún sigue doliendo en lo más profundo de nuestros corazones. No quiero terminar esta parte de la historia sin rescatar la figura del Dr. Alberto Gabriel, quien no dudó un instante en arriesgar su vida por su hijo. Aunque los militares lo dejaron vivo, este recordado y querido bioquímico, profesor y personalidad que tuvo la ciudad, sintió un orgullo enorme por haber defendido con su sacrificio la libertad de Cali.

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