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Crónica de un viaje cultural: la experiencia del programa ERASMUS+ (Parte III)

«El ciudadano medio de Oceanía nunca ve a un ciudadano de Eurasia o de Asia Oriental -aparte de los prisioneros- y se le prohíbe que aprenda lenguas extranjeras. Si se le permitiera entrar en relación con extranjeros, descubriría que son criaturas iguales a él en lo esencial y que casi todo lo que se le ha dicho sobre ellos es una sarta de mentiras.»

– George Orwell, “1984” –

 

 
María Fernanda Olagaray

La segunda semana en Europa comenzaba con la movilidad hacia Atenas. Para ese entonces el grupo ya había avanzado bastante en su consolidación, aunque en ambas movilidades los respectivos locales resultaron un poco desventajados por no compartir alojamiento.

Es interesante salirse del grupo en determinados momentos, para verlo desde afuera. Las interacciones entre integrantes, cómo se muestra cada uno, o no. Hay quienes van más relajados y quienes montan un alter ego completo, quizás con la complicidad de la distancia de la cotidianidad. Pero en general la predisposición es buena, es un contexto favorable y sin grandes conflictos.

En 4-elements realizamos varias actividades tendientes a la propia  percepción y a la de los demás, para luego poder abordar la cultura como corolario identitario y recién entonces poder pensar en la promoción.

Así fue como el primer ejercicio fue elegir cada uno, un adjetivo que lo identificara. “Curioso” fue uno de los más elegidos. “Amigable”, “gracioso”, “la que está siempre enferma”, “la chica del mate”, “la que siempre tiene hambre” fueron otras maneras de describirse.
Lo siguiente fue trabajar en retratos colectivos: nos sentamos en dos filas enfrentadas. Los de una permanecerían quietos para ser retratados, mientras que los de la otra, retratarían a quien tuvieran enfrente, pero corriéndose un lugar cada vez que la música se detuviera, de manera que todos los de la fila aportarían algún trazo a cada retrato. Luego se invertirían los roles de las filas.
Tengo una cicatriz en la cara, junto al ojo derecho. Por un momento, mi miedo fue que por algún reparo estético no me la dibujaran. Con alegría descubrí que sí la habían dibujado. Es parte de mi esquema corporal y que no fuese dibujada, hubiera sido equivalente a usar Photoshop. Noté que todos tuvieron su retrato fiel, sin censuras.

Los dibujos fueron colgados en la pared y les anexamos sobres donde nos dejaríamos mensajes anónimos unos a otros a lo largo de la semana.

Una vez presentados individualmente trabajamos la interacción grupal. A cada uno de nosotros nos dieron un número secreto y nos vendaron los ojos. Sin poder hablar ni emitir sonidos con la voz, tendríamos que encontrar a quien tuviese nuestro número anterior y posterior, para así poder formar una fila del 1 al 30. Se preguntarán cómo, pero se logra, aunque con algunos errores.
Tuvimos la posibilidad de discutir sin vendas y mediante el habla, cómo mejorar la estrategia, para luego repetir el ejercicio. Pero cuando estábamos listos y seguros de que esta vez no fallaríamos, nos cambiaron las reglas del juego: en lugar de números, nos dieron letras. Así es la vida después de todo, las cosas no siempre salen conforme lo planeado y debemos desarrollar nuevas estrategias superadoras.

Las actividades siguientes estuvieron orientadas a conocer el patrimonio y su manera de promoverlo. Realizamos una visita guiada por el casco histórico de Atenas y vimos una serie de videos realizados por la UNESCO y protagonizados por “Patrimonito”, un personaje animado.
Nos dividimos en grupos interculturales y se nos dio un área patrimonial, por ejemplo “Gastronomía”, “Entretenimiento y deportes”, etc., con una guía de puntos a descubrir en cada uno. A mi grupo le tocó averiguar qué eran los Tsolias, describirlos y fotografiarnos junto a ellos; luego teníamos que dirigirnos al barrio de Plaka y hablar con algún nativo respecto a qué opinaba sobre la turificación y los aportes del turismo a la economía. En cada grupo había un integrante griego, lo cual nos ayudaba a localizar los puntos a investigar más rápidamente. Una tarea de colaboración y descubrimiento.
Visitamos el “Dimotiki Agora Kipselis” (la traducción es algo así como “panal de abejas”), el sueño de Lisa Simpson. Es una especie de feria de emprendimientos cuyo común denominador es un valor ecológico o humanitario: venta de jugos orgánicos; proyectos de integración laboral de discapacitados, en la reventa de objetos usados y venta de fotografías; ayuda a refugiados, financiada por el gobierno Danés o por Caritas respectivamente.

Haré un alto en este último punto. Un principio que socialmente solemos aplicar de manera irreflexiva, es asignar al todo las cualidades de las partes, y eso es el origen tanto de prejuicios como de idealizaciones respecto a una nación. A lo que voy, es que no puedo generalizar a la totalidad de Europa (o de Grecia) esto que voy a contarles, pero sí al menos pude tomar contacto con una perspectiva muy diferente a la que nos llega a través de los medios masivos de comunicación, desde el impulso de quienes detentan el poder político de los distintos países, y es el tema de los refugiados o inmigrantes.

Escuchamos aquí que son un problema, que nadie los quiere, que todos los países “civilizados” los desprecian. Excede los límites de esta columna el análisis de la problemática de las migraciones, sobre la cual creo que nos debemos un debate honesto que agote la senda del medio entre la xenofobia y el asistencialismo, pero debo decirles que vi muchas muestras de trabajo concreto en pos de la integración del inmigrante. Hablé con una de las italianas del grupo: “las personas que llegan de otros países vienen buscando una mejor manera de vivir. Todas las personas tienen ese derecho”, me dijo, en una muestra de comprensión y empatía. En el hostel conocimos a Ana, una uruguaya que estaba allí también por un programa ERASMUS+, pero de mayor duración que el nuestro. Todas las tardes se dedicaba a dar clases a refugiados. Y así también hay varias ONG de ayuda comunitaria, como las que vimos en el “Kipselis”, que colaboran con la enseñanza de oficios, la inserción laboral, el aprendizaje de idiomas y la tramitación de documentos para los inmigrantes.
¿Se imaginan cuánto más sencillo hubiese sido para nuestros abuelos y bisabuelos que existiera ese tipo de auxilio cuando llegaron a nuestro continente?

Finalmente llegó el momento de la práctica. Con la misma matriz de grupos plurales debimos salir a la calle a difundir cultura mediante la interacción con los transeúntes. Algunos grupos llevaron mate para hacer degustaciones, otros bailaron (y sacaron a bailar) cuarteto y tarantela, hubo quienes hicieron una trivia sobre los cuatro países que representábamos y quienes salieron con auriculares invitando a escuchar las diferentes músicas típicas para luego elegir cuál gustaba más o menos. En todos los casos, el componente vivencial fue determinante: “Dímelo y lo olvidaré, muéstramelo y lo recordaré, involúcrame y aprenderé”. En mi grupo elegimos juegos tradicionales y salimos a jugar con la gente. Terminada la experiencia, le pregunté a mis compañeros (italianos y españoles) qué idea tenían ellos sobre los argentinos, dándoles la confianza de decirme incluso lo que no fuera tan bueno. Ninguno pudo esbozar un preconcepto de manera concluyente. Les dije que nosotros creemos tener fama mundial de ventajeros y les hablé de la tristemente célebre “viveza criolla”. Una vez más, en este caso otra de las italianas del grupo, me respondió: “todas las personas son de una determinada manera y los países tienen tanto gente buena como mala. Eso no significa que todos sean iguales. Y para el caso de aquellos que no se comportan adecuadamente, también habrá que averiguar por qué, ya que muchas veces son empujados por ciertas políticas gubernamentales a obrar de ciertas maneras”.

Simple. Despojado del miedo y los prejuicios, se mira mejor.

 

– María Fernanda Olagaray –

 

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