Graciela empezó a trabajar en la fábrica en 1972. No imaginaba que 45 años después iba a ser la presidenta de la cooperativa. La empresa había cerrado dos veces la fábrica y en 2003 ella participó de la recuperación junto con un grupo de trabajadores. Ahora enfrentan una difícil situación. Quizás la más compleja de su historia: la factura de gas aumentó un 500 por ciento en un año y las ventas cayeron a la mitad.
Graciela tuvo que tomar una decisión: hoy a las 11 la cristalería apagará el horno por segunda vez en el año. No saben cuándo lo volverán a encender. “El objetivo es no fundirnos y no perder el sacrifico que hicimos todos estos meses. Estamos luchando para salvar las fuentes de trabajo”, contó Graciela a El Ciudadano.
Una vida de cristal
Graciela Correa y su hermana le dedicaron toda la vida a la cristalería. En 1972 consiguieron el primer trabajo en un taller de tallado. Lo que al principio resultó una tarea desconocida, pronto se convirtió en un oficio. Graciela trabajó en el área de exportación y la hermana en control de calidad por siete años, hasta que la fábrica quebró. Cinco años después un grupo de socios reabrió la planta. Bajo el nombre de Vitrofin SA los ex trabajadores volvieron al tallado de cristal. En enero de 1995 la crisis volvió a golpear el sector y la fábrica de vidrios cerró.
Vitrofin estuvo abandonada por siete años. A mediados de 2003, los trabajadores la recuperaron después de una subasta.
“Me ocupé de ir a buscar a mis compañeros casa por casa. Estaban todos desocupados. En 2002 entramos por primera vez y vimos que estaba en condiciones deplorables. Trabajamos gratis durante un año y el 23 de marzo de 2004 empezamos a producir nuevamente”, contó Graciela.
Como cooperativa, Vitrofin expandió su producción. Vendían a la costa atlántica, a Córdoba, Mendoza y Buenos Aires. En 2005 llegaron a exportar mercadería a México.
Con la apertura de importaciones del gobierno nacional, la devaluación del dólar y los tarifazos todo cambió. En mayo del 2016 la tarifa de gas fue de 210 mil pesos, un 500 por ciento más. Los costos de producción también aumentaron. La materia prima se cotiza en un dólar que está en alza. Y más las ventas cayeron 50 por ciento. ¿Por qué? Según Graciela, desde 2015 al país deja entrar mercadería de 14 países. Entre ellos, República Checa, China y Brasil. Son productos de vidrio y no de cristal, como los que hacen, pero los consumidores los buscan por los bajos precios.
“El que conoce el cristal lo elige pero cuando la gente tiene menos plata compra lo más barato. Se volvió un combo explosivo. Parece que el gobierno nacional te dice «pongan candado en la puerta y váyanse a su casa»”, dijo Graciela.
Artesanal
Vitrofin es una de las tres fábricas de vidrio artesanal de la Argentina. Tiene unos 50 trabajadores que hacen todo tipo de copones de vino, vasos de trago largo, cerveceros, whisky, licor, jugo, jarras, floreros y baldes de hielo. Son verdaderos artesanos. Encaran un proceso que visto desde afuera parece mágico.
La producción es enteramente manual. Se hace con soplado a boca y moldeado a mano, sin máquinas. Hacer una copa lleva varios pasos: mezclan los minerales que forman un polvo y lo ponen en un horno a unos 1.400 grados. Funden durante 12 horas y lo dejan descansar un día. A 1.100 grados los artesanos soplan a través de una matriz para dar la forma al cáliz de la copa. Otro grupo hace el trabajo más minucioso. Sentados en un banco y con una pinza en mano, estiran el cristal hasta hacer la pierna y el pie de la copa. Cuando están listas las tres piezas, las dejan enfriar por tres horas y media.
“No hay demanda para producir. Los distribuidores chicos se cayeron. Ahora estamos acumulando mercadería y guardando para entregar pedidos”, contó Graciela.
Antes trabajaban de lunes a sábado y hoy sólo lo hacen de lunes a viernes. Ahora también apagarán el horno para ahorrar gastos. “Lo volvemos a parar porque son meses de baja venta. Decidimos trabajar con el stock hasta tener una buena demanda”, dijo Graciela.
El horno demora una semana en perder el calor y otra en recuperarlo. Es un proceso lento y progresivo. A las 11 cortarán la producción. Terminarán la última tanda de copas y girarán la palanca que apaga el horno. El corazón de la fábrica dejará de latir. Esperan que el séptimo díano los encuentre en su casa descansando.
Una historia repetida que sumó un tarifazo en 2016
“Frente a la abrupta reducción del mercado interno, la falta de oxígeno financiero para soportar el nivel de costos de fabricación nacional y ante la imposibilidad de incorporar tecnología que permita producir en una escala suficiente para exportar, producto de una política de desindustrialización nacional sumadas a las altas tasas de interés y difícil acceso al crédito para el sector industrial, la empresa antecesora (Cristalería Vitrofin SA) debe suspender la producción”. El relato de la firma de Cañada de Gómez no es actual, sino que describe la situación de enero de 1995. Tras una larga batalla los trabajadores lograron recuperar la empresa como cooperativa. Comprando la planta en un remate, volvieron a ponerla a punto y a producir. Incluso exportaron piezas en 2006 y en 2011. Pero ahora sufren nuevamente un proceso de derrumbe que es casi un calco, pero con un agregado: el tarifazo.
Según contaron los trabajadores, en lo que va del año sus ventas cayeron en un 50 por ciento y la tarifa de gas por sus hornos escaló un 600 por ciento. La boleta de Litoral Gas que llegó a la firma en mayo alcanzó un total a pagar de 293.112,43 pesos.