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Cambie su pasado: Historias de tres hombres que redimieron su historia personal.

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Una persona sumida en la tristeza, un alcohólico y un recaudador de impuestos deshonesto muestran cómo hacerlo.

Por Cynthia Barnett

El pasado es el pasado y no podemos cambiarlo. Después de todo, ¡lo que pasó, pasó! Si recordamos el pasado con dolor, el dolor puede manifestarse como pena, arrepentimiento, culpa y otros sentimientos negativos. Obviamente, atesoramos los recuerdos gratos, pero ¿podemos liberarnos de los dolorosos? ¿Es posible acaso revisar, redimir y aun invalidar el efecto que experiencias anteriores tienen en nuestra vida?

Una poderosa historia que sucedió hace más de 2000 años nos da la clave. Se refiere a un recaudador de impuestos deshonesto llamado Zaqueo. Lo que Zaqueo más deseaba era encontrarse con el hombre que había sanado a otras personas de sus pasados dolorosos, entre ellas adúlteros, intolerantes y enfermos. Quizás deseaba tener él mismo esa clase de transformación. Zaqueo se subió a un árbol para ver a Jesús pasar entre la multitud y fue recompensado con una cordial invitación de Jesús a ser anfitrión del Maestro, lo cual era un gran honor. Con mucha alegría, Zaqueo prometió al momento “devolver cuadruplicado” lo que había robado a otros. Zaqueo dejó de ser un hombre corrupto y deshonesto. El reconocimiento por medio del Cristo de su verdadera identidad restauró su inocencia. Zaqueo se sintió renacer, dejó atrás su pasado y comenzó a mirar hacia adelante (Lucas 19).

Fui testigo de una transformación similar en mi padre. Aunque había sido alcohólico durante 20 años, se las había ingeniado para esconder este hábito durante mucho tiempo. Pero finalmente, cuando la adicción comenzó a mostrar su horrible cara en vergonzosos incidentes, nuestra familia insistió en que pidiera la ayuda que necesitaba para superar esa dependencia.

Al principio, mi padre se opuso a todas nuestras sugerencias. Pero amaba mucho a mi mamá y a menudo escuchaba el discernimiento espiritual que ella había obtenido al orar por él. Ciertamente ella, mis dos hermanas y yo orábamos con determinación. Le escribíamos cartas, recordándole que nosotras creíamos que él era un ser mejor y más puro que el que las apariencias mostraban. En determinado momento, una percepción más espiritual de la identidad buena de papá, creada por Dios, comenzó a manifestarse.

Quizás nunca sepamos exactamente cómo o por qué él finalmente abandonó todo —el alcohol y su dependencia del alcohol— pero lo hizo. Y a pesar de la noción comúnmente aceptada de que el alcoholismo produce un daño permanente, mi papá tuvo desde entonces una vida notablemente saludable y vivió más de 90 años. Ni siquiera la suposición de que “alguien que alguna vez fue alcohólico, será siempre un alcohólico” tuvo poder sobre él. En sus últimos años tomaba de vez en cuando una cerveza, pero nunca cedió a la tentación de beber de más, ni volvió a su anterior adicción. Era un hombre libre, y nosotros fuimos testigos del poder de Dios para revisar la historia humana.

Mi esposo, John, me enseñó con su ejemplo que ¡Sí! ¡Es posible redimir el pasado! Pero esto sólo sucede si aceptamos un concepto nuevo y espiritualizado del pasado y de nosotros mismos.

John me contó que cuando su primer matrimonio terminó en divorcio experimentó una tristeza profunda, hasta desesperación.

Sentía que había fracasado, pues, lo que había comenzado con tanta felicidad había terminado muy tristemente. Parecía que los hechos eran hechos y nada podía cambiarlos. Se sentía condenado a sufrir durante mucho tiempo.

Pero mi esposo era también un hombre profundamente espiritual, acostumbrado a explorar por debajo y más allá de las apariencias superficiales que presenta nuestro limitado sentido humano de las cosas. Aplicaba habitualmente las enseñanzas de su religión y tenía una vívida comprensión de Dios como la fuente de la curación. En otras circunstancias había visto la eficacia de expresar actitudes espirituales, semejantes a Dios, tales como humildad, gratitud y perdón, por lo que comenzó a reflejar estas cualidades en medio del divorcio y la separación.

Entonces ocurrió algo extraordinario. Pronto se dio cuenta de que, durante todos esos años difíciles que terminaron en divorcio, algo más había estado ocurriendo. Más profundo que la discordia, “el Amor siempre estaba allí”, me contó asombrado.

John pensó en todo el amor que había recibido de su madre y su hermano durante esos tiempos. (Su padre había fallecido.) Con placer recordó a sus primos y sus felices reuniones. Atesoraba su siempre estrecha relación con su hija, lo que no cambió después del divorcio. Y, especialmente, se volvió a Dios para agradecerle todas estas cosas.

Recibió especial inspiración de una revolucionaria pensadora espiritual, Mary Baker Eddy, quien adoptó una actitud radical sobre este tema. Eddy escribió: “La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse”, y “El despertamiento de un falso concepto de la vida… es aún imperfecto, pero bendigo a Dios por las lúcidas y pacientes lecciones de Amor que conducen a este resultado” (Retrospección e Introspección).

John “despertó” y puso en práctica esta comprensión de la omnipresencia del Amor. Con renovada gratitud, reanudó la relación con estos queridos parientes y con sus antiguos compañeros de escuela. Hizo visitas. Reactivó su participación en la comunidad religiosa local de la Ciencia Cristiana. Y entonces, ¡me conoció! Comenzamos a salir. Pronto estábamos construyendo un matrimonio feliz y seguro, que nos ha traído mucha alegría.

 

 

 

¿Qué había sucedido? ¿Había desaparecido el divorcio? No. Pero su tristeza se había disuelto. John cambió su perspectiva del pasado y junto con ella cambió su experiencia presente. Finalmente, pudo comprender que los sentimientos y los recuerdos negativos no tenían poder para perturbarlo porque el amor —el bien— había estado presente entonces y estaba siempre presente. ¡Ya no estaba triste!

Estas revisiones de pasados personales no fueron milagrosas, aunque lo hayan parecido. Una percepción más espiritual de cada persona actuó como un agente purificador, eliminando los rasgos desagradables e infelices, y restaurando a cada uno su vivacidad y brillo naturales. Todas ellas estuvieron libres para cumplir la visión del poeta: “Por todo lo bueno que en el pasado hemos vivido/ resta lograr un presente bendecido” (John Greenleaf Whittier).

 

 

Cynthia P. Barnett ha enseñado literatura, trabajado como directora de asuntos públicos para la Cámara de Comercio en su estado, y dirigido una organización sin fines de lucro para escritores. Actualmente es columnista de la salud y la espiritualidad y Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana de Carolina del Norte, EE.UU. Twitter: @cynthiabarnettp

 

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