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Bruno Gentiletti, el chico que desaparece cada día de injusticia.

El 2 de marzo de 1997, cuando tenía 8 años y estaba con su familia en La Florida, el niño oriundo de Las Rosas fue visto por última vez y se perdió todo rastro. La Prefectura descartó que se haya ahogado en el río y su madre inició una búsqueda que continua hoy, en el marco de un caso que evidencia como pocos la desidia de la Justicia y la policía.

La mamá de Bruno Gentiletti, Marisa Olguín, siente que el 2 de marzo de 1997 sufrió dos maldiciones: le robaron a su hijo en el balneario La Florida, y después del hecho atroz le tocó en suerte un juez que no investigó lo ocurrido. Como por arte de magia, Bruno Gentiletti desapareció de la playa rosarina y nunca más nadie volvió a verlo. Como si se lo hubiera tragado la tierra. ¿Puede una persona desaparecer y no dejar ningún rastro? ¿Puede hacerlo además un niño de ocho años? 

Cuando sucedió aquello, Bruno medía un metro veinticinco y era de contextura pequeña. El niño que Bruno fue hoy tendría 31 añosLas características físicas para buscarlo quedaron desactualizadas. Sólo una cicatriz de tres centímetros en su omóplato derecho pueda tal vez seguir siendo una pista válida. Las demás, debería haberlas aportado la Justicia. Pero desde hace más de una década la causa está archivada en los Tribunales provinciales. En 2007 cambió la carátula, paso de búsqueda de paradero a desaparición, un delito que no prescribe, y que debería ser investigado por la Justicia federal, hasta que aparezca Bruno o hasta que aparezcan sus restos.

2 de marzo

Marisa Olguín vio por última vez a su hijo el domingo 2 de marzo de 1997. Fue esa jornada en la que viajaron con toda la familia a Rosario para disfrutar del río, algo que su ciudad, Las Rosas, no tiene. Un día de sol y playa juntos. La mamá, el papá, Claudio Gentiletti, Bruno y sus cuatro hermanos: María Belén, Martín, Franco y Gisela. En realidad la visita a la ciudad no estaba planeada para ese domingo. Iban a viajar el miércoles anterior, el 26 de febrero, que era el cumpleaños de Franco. Querían festejarlo haciendo algo distinto.

La mamá de Bruno y los hermanos nunca han dejado de buscarlo.

La familia de Bruno nunca había ido al río, ni a pescar siquiera. Sus días transcurrían entre la vida en el campo y el trabajo en el pueblo. Ese miércoles del cumpleaños, Las Rosas amaneció con una lluvia torrencial y se vieron obligados a suspender el paseo. El tiempo les jugó una mala pasada. Viajaron el domingo. Ese domingo 2 de marzo que cambió para siempre el resto de sus vidas.

Llegaron al balneario La Florida a media mañana, no había mucha gente todavía. El papá se metió al río con sus dos hijos más grandes. Bruno se quedó en la orilla junto a su mamá y sus otros hermanos y al mirar el agua marrón dijo: “Mami qué agua más sucia”. No le gustó el agua. Por eso Marisa siente que Bruno no pudo haberse ahogado en el Paraná. Por eso y porque era muy cuidadoso con sus oídos. No se metía al agua ni se duchaba si no tenía tapones, lo habían operado ocho meses antes de una otitis media secretora y todavía no podía humedecerse los oídos. Por eso la mamá dice eso. Y sobretodo, porque los informes de Prefectura que lo buscaron a Bruno durante meses en el río, indicaron que era improbable que el niño se hubiera ahogado porque cuando eso sucede, más tarde o más temprano, los cuerpos sin vida aparecen flotando. 

Después de estar un rato en la orilla Bruno y los hermanos más chicos se fueron a jugar a otro sector, opuesto al río. Franco y Gisela eligieron las camas elásticas y Bruno al tobogán de agua. Desde que estacionaron el auto en el balneario, Bruno vio ese juego y repitió varias veces que quería ir ahí. Una vez en el lugar, unas personas le dijeron que el tobogán estaba cerrado, que abría más tarde. Eso fue lo último que le escucharon decir los hermanos más chicos. Para cuando la madre preparó los sandwiches y los llamó a comer, Bruno ya no estaba. A partir de ahí, todo es incierto. A partir de ahí, comenzó la pesadilla interminable.

Llamados repetidos

En esa primera semana de marzo en la que desapareció Bruno Gentiletti, al igual que ahora, en la provincia no empezaban las clases. Corría el fin de la década menemista y en Rosario, aún funcionaban los cines del centro que unos años después serían templos religiosos. No había celulares y los teléfonos fijos aún no tenían el 4 adelante del número. Los teléfonos de los familiares de Bruno salían en todos los diarios y en esas primeras semanas hubo cientos de llamadas de personas que decían haberlo visto en algún lugar. De repente Bruno estaba en todos lados. Pero muchas de esas comunicaciones eran de videntes o adivinos que en realidad, no aportaron datos significativos.El primer mal presagio que tuvo la madre fue tras hacer la denuncia en la comisaría décima. La radicaron cerca de las dos de la tarde de ese domingo pero la policía recién se acercó al balneario como a las diez de la noche. Por lo demás, la causa llegó casi tres días más tarde a Tribunales y cayó en las manos del ahora fallecido juez Edgardo Bistoletti. No existía en Santa Fe un protocolo de búsqueda de chicos extraviados o desaparecidos. De hecho, con la legislación de ese entonces, había que esperar 48 horas para considerar desaparecido a un niño. “En ese tiempo el chico puede estar en Japón”, decía la tía, Marisa Gentiletti, a los medios locales.

Por VANINA CÁNEPA

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