A mí, cada 17 de Octubre, me acometen varias, pero una en especial: habrá sentido, al despertar aquel día de 1945, cada quien de cada cual que luego marchó a la Plaza, que se trataba de una jornada especial, llamada a ser histórica?
En mi fuero íntimo pienso que pocos deben haber siquiera sospechado el alcance épico que ese día tuvo y tiene para el Pueblo argentino.
Sin embargo, muchos y muchas percibían que se vivía un tiempo en el cual el aire que se respiraba llevaba de acá para allá, a lo largo y ancho de la Patria, un sentido político de reparación, de justicia e inclusión, y que los destinatarios de todo ello eran los desposeídos, los vulnerables, millones de mujeres y hombres que hasta entonces parecían invisibles.
Aquel 17 de Octubre los invisibles de pronto fueron vistos. Quisieron ser visibilizados. Decidieron ocupar el primer plano de una escena que les había sido negada.
El hombre que había detenido su mirada en ellos, pagaba tamaña osadía con su propia libertad, y los invisibles decidieron que ese límite resultaba inadmisible.
Y ésa, más que cualquier otra razón, fue la que hizo posible la mayor y más impactante movilización de masas que se registra en toda la historia argentina: el Pueblo definió que esa raya nunca debió ser traspasada, que el hombre que le había devuelto la dignidad perdida no podía dar con sus huesos en una cárcel sin que su Pueblo hiciera tronar el escarmiento.
Y ese escarmiento fue en paz, desbordante de alegría y, por qué no, de regocijada desfachatez. Los pies cansados, hinchados por esa marcha en pos de la liberación del líder, descansando en las aguas de la fuente de Mayo, son una desfachatez ante la historia concebida como patrimonio de unos pocos, reservado su bronce y su mármol a los que siempre mandan y nunca piensan en el otro.
Por eso, volviendo a mi pregunta, tal vez pocos intuyeran al despertar aquel 17 de Octubre que los esperaba un día inolvidable. Pero millones sabían desde antes que no iban a dejar que nadie moviera hacia atrás las agujas del reloj de la historia. Y después salieron decididos a no volver a sus hogares sin liberar a Juan Perón.